Por María Dolores de Cospedal, secretaria general del Partido Popular, sabemos que la ocasión para convocar y hacer una huelga general es cuando un país bordea el pleno empleo, se firman convenios con mejoras salariales superiores al índice de precios al consumo y la gente va, «aivó, aivó», cantando a trabajar. Se infiere que es un disparate que los sindicatos convoquen una huelga general contra una reforma laboral que ha hecho desaparecer a los empresarios de la negociación, porque para defender sus intereses ya tienen al gobierno y porque están ocupados calculando cómo bajar costes laborales, según las nuevas tablas de la ley.

Es un dislate que los representantes de los trabajadores afiliados paren de trabajar y salgan a protestar contra una reforma laboral que va a producir más paro (como ha reconocido el gobierno) y que cuando cree empleo lo hará más precario y peor pagado, como se desprende del proyecto.

Ni hay motivos ni es el momento: una huelga general estropea la imagen de España, provoca la desconfianza de los mercados y, por tanto, produce más paro. El único paro legítimamente producido ahora mismo es el que trae la reforma laboral. El anterior es reprochable sólo y exclusivamente a la herencia recibida del gobierno socialista y a ese se sumará pronto el de los sindicatos izquierdistas que no están en el siglo XXI, ni en Europa, donde, por cierto, hay sindicatos más potentes.

Ocho huelgas generales hizo Francia en 2010 por la reforma del sistema de las pensiones pero Francia no es Europa y, cuando lo es, tiene ese carácter frívolo... vaya, que no es Alemania. La concertadora Alemania tiene revueltos en huelga el sector público, a los controladores aéreos, al transporte público y amenazan con sumárseles los sindicatos del metal, todos pidiendo subidas salariales superiores al 5%. Ahora que caigo, hacen huelgas cuando, suponemos, las acepta Cospedal.