Cierto, si no llueve pronto no tendremos en los pantanos agua suficiente para todos y vamos a pasar un verano muy complicado. Pero, miren al cielo, contemplen ese color azul como el del mar Mediterráneo. ¿No es para estar contentos? Contaba mi madre, que cuando yo era una criatura me contentaba con poco, ya de mayor, me he vuelto algo más exigente. Los años. La edad tiene cosas positivas y más negativas. Decía un anciano: «Más sabe el viejo por serlo que por diablo». Otro: «No hay una vieja buena». Ambos llevaban razón. La experiencia te ayuda y te hunde: «Cuando yo era analfabeta, era más feliz», decía mi vecina Rafaela.

Y es que desde que empezó a juntar las letras, cercana a cumplir ochenta años, le apasionaba repasar la crónica de sucesos de todos los periódicos que había en la biblioteca del barrio y luego se entristecía. Cuando la salud dejó de acompañarla, y sus piernas ya no le acompañaban en sus desplazamientos, descubrió los ordenadores y continuó su cabalgada ilustrativa. Rafi llegó a adquirir una cultura muy considerable. Lo único que nos pedía es que no le preguntáramos por su salud: le entristecía pensar que su sino había sido siempre llegar tarde. Pero llegó.

La semana próxima llega de nuevo la primavera y, además, volveremos a tener la posibilidad de votar. Esta vez para elegir un nuevo gobierno para nuestra comunidad autónoma.

Aún recuerdo la primera vez que pudimos ejercer ese derecho. Nuestro hijo más pequeño iba cogido de nuestra mano, un poco asustado, tal vez, sin saberlo, le transmitíamos nuestra propia emoción. Después, hemos votado muchas veces, pero ninguna tan impactante como la primera.