¿Quién no recuerda esos viejos tiempos en que las películas eran en blanco y negro, y completamente mudas? Quizás por esta razón, o simplemente por amor a los años dorados de Hollywood, el director y guionista francés Michel Hazanavicius desafió a la industria y presentó un filme que ahora además de ser uno de los más nominados en la trayectoria de los Óscar, se ha hecho con cinco merecidas estatuillas, incluida la de Mejor película del año. The Artist vuelve al cine artístico, al cine puro, a los inicios de la imagen narrativa. En una época en que el 3D, los colores y los efectos especiales han copado la pantalla, la Academia entregó el mayor galardón a una película diferente. Sin duda, la sensación del momento.

Se trata de una historia tan entretenida como la de cualquier filme hablado, e incluso más, pues debía captar la atención del público de una forma más profunda. En el Hollywood de 1927, George Valentin (Jean Dujardin) es la mayor estrella del cine mudo, tiene el mundo a sus pies, posee fama y no envidia a nadie; pero debido a su arrogancia no se da cuenta de que el fin de su fama y estilo de vida está llegando. Por su parte, una bailarina llamada Peppy Miller (Bérénice Bejo) empieza a ser la estrella del cine sonoro. Miller había sido descubierta por Valentin y se hizo famosa por su gran carisma y talento en el baile. Con la llegada del cine sonoro, todo Hollywood se renueva, pero Valentin rehúsa dejar de hacer lo que más ama, contar historias mudas. La pregunta es: ¿Puede sobrevivir George Valentin a este nuevo mundo con sonido?

En mi opinión, el mensaje profundo de la película, que lo tiene, consiste en ver otros colores además del blanco y negro y en oír más allá del silencio. Es la crónica de una crisis en la industria, en este caso del cine, similar a la que hoy sufrimos con intensidad en el ámbito económico y social, entrelazada con una crisis personal de su protagonista, El Artista, quien se resiste a cambiar de registro. Se apoltrona de manera radical en una actitud que rechaza la innovación y cualquier otra percepción diferente a lo que le ha resultado rentable en el pasado. Demasiadas coincidencias con el momento que nos ha tocado vivir.

Por entonces, la industria del cine avanza inexorable ante un nuevo reto: el sonido. Ni puede perder el tiempo ni entiende de sentimentalismos. Le da una oportunidad al protagonista de subirse al vagón del progreso, y éste la rechaza con una expresiva carcajada que posteriormente, le pasará factura. Frivoliza con un futuro que entonces, ya es presente. A modo de metáfora, e independientemente de su eficaz desarrollo y desenlace, el filme nos ofrece un relato y un retrato de enorme actualidad. Los personajes pueden asemejarse a las empresas: las que resignadas, se hunden víctimas de su falta de capacidad de adaptación y las que convierten las dificultades en oportunidad, sobreponiéndose. Pymes maduras, inamovibles y lentas de reacción y pymes ágiles, atrevidas, con enorme talento por desarrollar.

Pero no todo es asimilable al mundo empresarial, donde obviamente, me encuentro próximo. Posiblemente, simboliza también la referida historia uno de los males de las administraciones públicas, de los trabajadores y de nuestra sociedad en su conjunto: Alcanzar una meta, un objetivo en un momento preciso y mantener la conciencia colectiva de que es suficiente con llegar, olvidando que lo más importante es mantenerse y avanzar a través de la actitud transformadora que provoca siempre la innovación. No mirar por el retrovisor a los que se aproximan con entusiasmo, sin importarles el riesgo de probar fortuna. Caso de las economías de los países emergentes. Y son muchos los que empujan.

«Me gustan más los sueños del futuro que la historia del pasado», afirmó Thomas Jefferson. Esta puede ser la lección de una obra maestra del cine que aunque no lo parezca, es del siglo XXI. Acción, risas, alguna que otra lágrima, la habilidad de los actores y ritmo, mucho ritmo, la convierten en un episodio valiente y atrevido de cómo hacer cine distinto, en un momento marcado por el tedio y los consabidos efectos especiales. Con una calidad sublime.

Pues eso, véanla. Están a tiempo… de quedarse mudos.