La estación de metro de Sol es una referencia por distintas razones. Algunas de ellas con de índole técnica, como es el hecho de que Sol fuese el centro de la primera línea que existió en Madrid y suponga todavía uno de los nudos de conexión más utilizados. Para los que tienen mi edad, Sol será siempre un icono algo siniestro porque allí, justo al lado de la salida del metro, estuvo en los años de la dictadura la Dirección General de Seguridad. Dicen que sus calabozos, instalados en el sótano, guardan historias espeluznantes relacionadas con los interrogatorios de los rojos –figura que englobaba a cualquiera que no fuese adicto al Glorioso Movimiento Nacional. Digo yo que habrán pintado aquellas paredes aunque, ¡ay!, cuesta mucho cubrir las huellas que deja la sangre.

Sol se llama a partir de ahora de otra forma: Sol Galaxy, y no por las razones astronómicas que convertirían la denominación en un tanto obvia sino a causa de la oportunidad de negocio. Un patrocinador ha puesto sobre la mesa los dineros necesarios como para que desde los carteles que anuncian la estación se recuerde, como de pasada, un modelo de teléfono móvil que lleva ese nombre. Llega de tal forma el reclamo publicitario a la administración luego de que funcionase ya bien con relativo éxito en otras parcelas. El estadio en el que juega el Mallorca Fútbol Club (que no recuerdo ahora si es Real o Republicano) va también de teléfonos y, si no ando equivocado, es propiedad del ayuntamiento, así que el precedente existía. Pero los estadios solían disponer ya de un nombre, aunque fuese el del fundador del club o el de un presidente de recuerdo obligado; eso de las estaciones de metro es, en cambio, nuevo de trinca.

Una vez abierta la caja de los truenos, va a ser difícil cerrarla. Por el mismo camino del patrocinador –figura a la que los finos llaman «sponsor»– puede colarse un estrambote comercial para hospitales, escuelas, puentes y aparcamientos. Igual es ésa la solución, la forma que buscan ansiosas las autoridades para dejar satisfecha a la señora Merkel. Por poner un par de ejemplos, hay que ver qué bien quedaría Son Espases Bestard –hablo, claro es, de los zapatos, no del gestor en desagracia recuperado gracias a un contrato milagro de esos que no existían– o Universitat de les Illes Zanussi, que podrían volverse muy pronto nombres corrientes de referencia generalizada. Incluso las ciudades se beneficiarían del hallazgo. Ahora que le damos vueltas a la necesidad de identificar mejor Ciutat y hay quienes se molestan con lo de Palma de Mallorca, Palma de Mercadona quedaría estupendo.

Pero el cúmulo mismo del hallazgo que inaugura Sol Galaxy está por supuesto en el nombre del país, expresión suprema de las virtudes del patrocinio. Uniendo oportunidad, beneficio e historia, qué bien nos iría que pasásemos a ser el Reino Primero de España y Quinto de Alemania. Seguro que con un recurso así lográbamos a arañar al menos cinco décimas del déficit asfixiante.