Las rutinas han cambiado con los iPhone, iPad y demás aparatejos último modelo de la marca que sean. El café y el periódico matutinos se acompañan ahora de una buena dosis de tweets y whatsapp en los que ir despellejando la actualidad, narrar las andanzas de la noche anterior y participar en los más candentes debates que el Twitter vaya generando. El día avanza entre rutinas laborales, formativas o de ocio forzoso y a poder ser gratuito si se está en paro. Y mientras, entre hora y hora, ráfagas de opinión se van colando en el maremágnum de la actualidad virtual. La posibilidad de opinar al mismo tiempo del próximo o el último partido del Barça, la detención del Rafita, el copago sanitario, el hedor o peste del Guadalmedina, las ocurrencias electorales de Oña (vaya toque internacional el meter en campaña el paro de Gaza) o la posible desaparición de Clan TV. Así, sin orden ni concierto pero con una intensidad propia de los más importantes debates sobre la supervivencia mundial. Acontecimientos radiados al minuto por sus protagonistas, debates electorales comentados por un ejército de twitteros y cuyo resultado supera en emoción sin grandes dificultades al acontecimiento original. Y así hasta un infinito de opiniones diarias lanzadas al vacío de la Red con miles de ecos directos gratificantes para el ego internauta. Inquietudes, sugerencias y peticiones que incluso saltan de las redes sociales a los medios de comunicación tradicionales y se convierten en noticia, recorriendo el camino inverso de las noticias que se desmenuzan en tweets. Retroalimentación pura y dura.

Todo un mundo de opiniones cruzadas y continuas, mientras De la Torre, como el viejo coronel de García Márquez, no tiene quien le escriba. Sus opinómetros han estado esperando nueve meses a que los ciudadanos posaran sus manos sobre las frías máquinas y dijesen qué opinan. No es tan difícil. Es lo mismo que hacen a diario en esas otras máquinas de bolsillo, en sus Twitter y sus Facebook. Opinar. Sólo un 1,4% de los malagueños, 7.000 en total, ha usado los opinómetros. Instalados en octubre de 2010, estuvieron a disposición del viandante hasta el 30 de junio del pasado año. En el Ayuntamiento, el Teatro Cervantes, el Martín Carpena, el Palacio de Ferias… y así hasta en 25 lugares públicos. Qué trabajo costaba detenerse un ratito ante tan inteligentes dispositivos y responder un par de cositas sobre la actividad municipal. Aunque sólo fuera para justificar los 200.000 euros a cargo del Fondo Estatal para el Empleo y la Sostenibilidad Local (FEELS) que costó el invento. O para dar utilidad a esos dos puestos de trabajo generados según las condiciones del plan Zapatero.

Seguro que, aunque escasas, las aportaciones de los ciudadanos habrán sido de gran utilidad y habrán contribuido a aumentar los índices de la democracia participativa municipal. Ja. Según los grupos de la oposición, los opinómetros incluían preguntas directas al ciudadano tipo concurso de La 2 o Un, dos, tres. «Por dos euros, ¿quién hace las obras del metro?». Más de uno querría haber pedido el comodín del público, sin entender lo importante que puede resultar para los gestores municipales este tipo de opiniones. Lo que ignoro es si la maquinita aportaba la respuesta correcta y algún comentario subliminal a pie de página del tipo: «El metro es de la Junta (y por eso va tan lento)».

El Centro Municipal de Informática busca ahora reciclar las 25 máquinas, una vez terminado el contrato con las empresas que debían gestionar la avalancha de opiniones. Se admiten ideas y opiniones. Cualquier canal es válido y si es gratis, mejor.