El ministro español de Economía, Luis de Guindos, fue a Bruselas a pedir un porcentaje más llevadero en la reducción del déficit que nos imponen, y el presidente del Eurogrupo, señor Jean Claude Juncker, lo cogió en broma por el cuello para dar una imagen simbólica de que la Unión Europea aprieta pero no ahoga. Como dicen que hace Dios cuando los que creen en esas cosas pasan por momentáneas dificultades. La chanza ha sido muy festejada y todos los periódicos la llevaron a primera plana, en diversas secuencias. Con el señor De Guindos haciéndose primero el sorprendido y después más relajado y con una sonrisa cómplice.

En la práctica, el amago de estrangulamiento protagonizado por el señor Juncker obligará al Gobierno español a pasar del 5,8% de aumento del déficit propuesto por el presidente Rajoy al 5,3% y añadir otros 5.000 millones de euros al recorte ya anunciado de 15.000 millones. Todavía no se sabe dónde se aplicará el nuevo hachazo a nuestro cada vez más débil «estado del bienestar», pero mucha gente se malicia que el Gobierno alemán y el núcleo dirigente de la Unión Europea ya lo saben y por eso mismo han retirado la exigencia de recortar el déficit en un 4,4% como estaba previsto. Un recorte que, de producirse, seguramente nos hubiera obligado a poner en venta el museo del Prado, la Alhambra de Granada y la mezquita de Córdoba, o a ceder en arrendamiento a Estados Unidos las plazas de Ceuta y Melilla para completar el despliegue en Rota de su escudo antimisiles (coreanos, iraníes y de las fallas de Valencia, en orden a su peligrosidad). Previamente a estos pactos por debajo de la mesa, el señor Rajoy había protagonizado una escena de aparente rebeldía ante el poder de Bruselas, que fue muy jaleada por los medios afines. Los gestos de arrogancia ante el extranjero son muy valorados en el país.

Al margen de estas representaciones teatrales, los juegos entre los representantes nacionales en la Unión Europea empiezan a ofender. Y más parecen propios de escolares haciendo travesuras mientras se hacen la foto oficial de fin de curso que de políticos responsables afrontando una crisis que pone en riesgo el trabajo y el dinero de millones de personas. Una vez alguien hace como que intenta estrangular a un compañero y otras un travieso setentón como Berlusconi le hace con los dedos el signo de los cuernos a un colega aprovechando que los fotógrafos disparan sus flashes. Y ninguno da la impresión de estar especialmente preocupado. Todos sonríen y todos se saludan cariñosamente como si se conocieran de toda la vida.

En ese sentido, es de hacer notar lo rápido que el señor Rajoy –que pasaba por soso– se ha adaptado al medio. Nada más incorporarse al club, declaró como por descuido ante un micrófono milagrosamente abierto que la reforma laboral prevista (esa que De Guindos calificó de «agresiva») tendría como respuesta una huelga general. ¿Si él ya lo había previsto por qué se queja ahora de que los sindicatos le hayan hecho caso? La legítima defensa debe ser siempre proporcional a la agresión.