Solo cambiando su estrategia de producción, grandes empresarios españoles como Amancio Ortega podrían ayudar a que mejorara la penosa situación social por la que atraviesa nuestro país. Bastaría con que dejaran de fabricar sus productos fuera de España, en Marruecos por ejemplo, donde se benefician de mano de obra barata, y retornaran al suelo patrio en el que tanta necesidad anida. A quienes no producen nada sino que se dedican a amasar fortunas a costa de hundir a la clase media (no es el caso de nuestro máximo empresario), a esos ni siquiera se les puede pedir un pequeño sacrificio.

Es probable que fabricando en España, Ortega y compañeros productores ganaran un poco menos (creo que ni lo notarían), pero, a cambio, darían trabajo (y trabajo, hoy, es felicidad) a miles de españoles que pueblan desolados los grandes silos del paro.

Lo último que sabemos de Amancio Ortega, el hombre más rico de España y quinto más rico del mundo, a quien la crisis no le afecta en absoluto, es que ha ampliado su negocio de Zara en Nueva York, donde se ha gastado 324 millones de dólares en un local de más de tres mil metros cuadrados en la Quinta Avenida, cerquita de la catedral de San Patricio y del Rockefeller Center, o sea en el corazón comercial de Manhattan, que es como decir en el mismísimo corazón comercial del mundo. La nueva tienda Zara da trabajo a 450 personas. Su anterior ubicación, en la misma famosa avenida solo que un poquitín menos céntrica, se la ha quedado Ortega para Massimo Dutti, que es otra de sus firmas de moda.

Hay que felicitar a este discretísimo empresario gallego por su silenciosa tarea creativa. Su imperio crece y se desarrolla en más de ochenta países. Genera negocio tras negocio y consigue cada día más prestigio para sus distintas marcas. Sabemos que la empresa madre, Inditex, posibilita un buen número de puestos de trabajo en Galicia amen del masivo empleo que supone la plantilla de todas sus tiendas en la Península. Y que favorece al medio ambiente. Sin embargo, el detalle de que algunos de sus productos se fabriquen tan cerquita o tan lejos de España pero no en España, como hacen otros muchos empresarios buscando fácil rentabilidad, nos lleva a la conclusión de que debería instalar sus factorías en nuestro suelo y, de esa forma, ayudar sobremanera en la lucha contra la espantosa crisis. No voy a opinar de las multinacionales que explotan hasta a los niños en países del tercer mundo. En torno a esta glosa me viene un recuerdo y una reflexión. El día de su toma de posesión, allá por 1961, el mítico presidente de los Estados Unidos John F. Kennedy decía: «No te preguntes lo que puede hacer tu país por ti. Pregúntate qué puedes hacer tú por tu país». Era uno de los grandes discursos que le escribiera Ted Sorensen. Kennedy, que conseguiría su objetivo de la «nueva frontera» aunque sólo le duraría tres años, justo hasta el momento en que lo asesinaron en Dallas, pretendía entonces comenzar su mandato contagiando de ilusión al país, comprometiéndolo en una aventura común, iniciando un camino hacia nuevos retos. Cómo nos gustaría en los momentos presentes tener entre nosotros un Kennedy que nos entusiasmara, vivir en España un anhelo colectivo similar, un proyecto esperanzador que nos uniera como nos unió en otro tiempo, y no andar enfangados en la tristeza de la doble depresión: la económica y la que no para de bajarnos la auto estima.

La pregunta que formulaba aquel recordado presidente tiene absoluta vigencia y vale como concepto general para cualquier tiempo y para cualquier país, incluido el nuestro. Debemos planteárnosla. ¿Qué le pedimos a España para nosotros y qué estamos dispuestos a darle? Muy sencillo: la mayoría, la clase trabajadora, solo le pide a España un puesto de trabajo y, a cambio le ofrece esfuerzo, impuestos y sacrificios para mantener sanidad pública, educación estatal y seguridad social. Y ¿qué le piden y que le dan a España los magnates del neoliberalismo salvaje, los especuladores de Lehman Brothers, lobos infiltrados entre borregos, financieros que sólo producen intereses, codiciosos que nos metieron en esta ruina? Muy sencillo: esta gente, que es la que manda, le pide a España, a los españoles, una rendición sin condiciones. Y a cambio prometen el perdón de los dioses del dinero, o sea, la confianza de los mercados. Primero los mercados, luego las personas. ¡Dónde hay otro Kennedy!