El último humanista vive en Mijas. Desde ese refugio sereno continúa reflexionando sobre la sombra de los días de este país fracturado, sin rumbo, inmerso en el desconcierto, en el miedo, en la destrucción de los valores que él siempre ha defendido: la educación, la fraternidad, el encuentro con el otro, el derecho humano a la conducta migratoria, la importancia del concepto de convivencia frente al de competitividad. Y, sobre todo, la libertad del pensamiento más allá de los dogmas. Las canciones de la vieja sirena del humanismo que ya no escuchan los hombres, reeducados desde hace tiempo para no pensar, para vivir entre la producción y el consumo. Objetivos, estos dos últimos, que han sustituido los principios justos del antiguo contrato social, papel roto y convertido en pedazos de sangre y sueños que se ha llevado el viento del siglo XXI. El siglo que ha despertado los monstruos del fanatismo ideológico, los inquisidores juicios religiosos, la peligrosa brecha de aquellas dos Españas que hoy día vuelve a ser una amenaza. En sus libros, en sus artículos y conferencias, este sabio, reflejo vivo de las figuras de El Greco, no has advertido de lo poco que hemos aprendido de los horrorosos errores de la Historia y ha criticado el insuficiente esfuerzo realizado para vivir como humanidad. Incluso, a su avanzada edad y desde su retiro, sigue alzando su voz suave para señalar el encadenamiento al que nos ha sometido la revolución tecnológica, la sumisión de los gobiernos al poder financiero, el desarme moral de la sociedad, el culto a una economía deshumanizada y dictatorial. Tampoco ha cesado de reclamar la necesidad de meditar sobre lo que está ocurriendo y de decirnos que tenemos que buscar ser mejores.

José Luis Sampedro, al igual que otros intelectuales, simboliza la derrota del humanismo que facilitó el poder de las ideas y la naturaleza social de la economía. Él, como todos los que defendieron el pensamiento crítico, fue derrotado indirectamente por la caída del muro de Berlín. Una caída que acabó con la amenaza de otro sistema alternativo (a pesar de sus ángulos oscuros y contradicciones) y dio alas de victoria al capitalismo salvaje, cainita, prepotente y sin oposición que ha ensombrecido el primer mundo y favorece a las ideologías más conservadoras. Las mismas que no ocultan las formas de su ambición ni su proceder antiético, como ha demostrado en estos días la designación del marido de Cospedal para ocupar un puesto en el consejo de administración de Red Eléctrica Española (ya ostentaba unos cuantos) y al que tuvo que renunciar por la polvareda desatada en las redes sociales. Un gesto sin valor si tenemos en cuenta que las elecciones andaluzas están a la vuelta de la esquina y que, como han confesado señalados miembros del Partido Popular, no hubiese armado tanto revuelo si le hubiesen ofrecido dicho cargo dentro de un año. O sea, que ha sido un error de cálculo, en lugar de un gesto de arrogancia política. Y sin dejar de lado que ya le buscarán otro acomodo beneficioso.

Lo lamentable es que, en este país, los intelectuales estén en fuera de juego. Unos por haberse adocenado durante años en sus torres de marfil, algunos porque se vendieron a las prebendas del poder y otros porque ya no encuentran eco en una ciudadanía escéptica, poco proclive a leer y a la que la indignación le dura dos días y tres discusiones acaloradas en el bar del barrio. Y José Luis Sampedro está demasiado mayor, sin apenas fuerzas para tirarnos de las orejas con esa lucidez didáctica, pacífica y dialéctica de la que siempre ha hecho gala. Aún así, esperamos seguir escuchando su voz, a admirar su ejemplo. También nos quedan sus novelas, hermosos textos como el de Escribir es vivir y su presencia erguida y serena para alentarnos a luchar por un escenario de encuentro, por crear una familia humana. Éstas son las razones por las que el próximo martes el Ateneo de Málaga le rinde un merecido homenaje. Las razones por las que meditar a fondo, como él ha reclamado, y convertirnos, en la medida de nuestras posibilidades, en el eco vivo de José Luis Sampedro.