La primavera recién acaecida nos llega muerta de proyectos tras uno de los inviernos más secos de nuestra historia. La sequedad en nuestras vidas nos proporciona una sensación de hastío entre tanta zozobra de experiencias negativas que uno quiere reverdecer.

El primer ministro británico, David Cameron, ha sido uno de los primeros mandatarios mundiales en solicitar que la riqueza de un país no se estructure simplemente por su Producto Interior Bruto (PIB), sino por otras variables que estén más relacionadas con algo menos tangible: la calidad de vida. En estos momentos en los que la desilusión y la perplejidad inundan la vida de los ciudadanos, expectantes de un tránsito hacia un cambio, me planteo el concepto de felicidad como una interrogante. La investigadora de News Economics Foundation, Juliet Michaelson, ha demostrado lo que todo o casi todo el mundo contempla: «Londres es la región más rica del Reino Unido pero no es la más feliz. Los encuestados en la capital británica tienen niveles muy bajos en todos los indicadores de calidad de vida».

Y se apunta que no hay edad para la felicidad, pero quizá si la haya para la infelicidad. Por este motivo, me refugio en el Día Mundial de la Poesía que se celebra hoy. Cada equinoccio de primavera y desde el año 2001, propuesto por la Unesco, se conmemora un tributo al lenguaje poético. Este evento tiene su origen en consagrar la palabra esencial y la reflexión sobre este tiempo que habitamos. La Primavera de los poetas viene a sintonizar con nuestras emociones más latentes en este estado de ansiedad permanente. El gran Fernando Pessoa nos reconforta con su obra y nos dice que «el mundo es de quien nace para conquistarlo y no de quien sueña que puede conquistarlo». En este periodo de dudas e incertidumbres debemos recogernos en la poesía como un abrazo de reencuentro, de eterno retorno. Felicidad a los poetas.