Último día de la campaña electoral. Último madrugón del asesor. Esta noche liberación, mañana reflexión y el domingo jornada larga pero nocturna. El viernes tiene un aire festivo y de despedida, un aroma de nervios, una euforia de Viernes Santo para la derecha y un color de domingo otoñal por la tarde para la izquierda. Los candidatos conciertan hoy con los periódicos esos reportajes artificiales sobre cómo pasarán la jornada de reflexión para que todos veamos el domingo por la mañana que son personas lectoras y familiares, amantes del aperitivo y aseados paseantes de perros. Hoy se pronunciará más de una vez a lo largo y ancho de Andalucía, en sedes y caravanas electorales, eso de «por nosotros no habrá quedado». Queda el cierre de campaña, que es la última oportunidad para el ocurrente. Ha habido sardinadas, globos, pistolas de agua, fiestas en hoteles y modestos repartos de material electoral al filo de la medianoche. A las doce y uno cesa el ruido.

Las dictaduras son un eterno sábado de reflexión. Hoy habrá oficinistas en las gintonerías pensando en el fin de semana y en a quién votar mientras a las cinco de la tarde una camarera les pone enebro en el copón. Trabajar cansa pero el político profesional es el único que no se cansa de lo que siempre hace: hablar. Hay una carpa triste en un pueblo, un día sirvió para un mitin. Hoy no se sabe qué uso darle. Tal vez guarde vacas. Un número tres o cuatro o cinco se queja de que sus actos no han tenido repercusión, alguien piensa en su fuero interno que el peor de los escenarios es quedarse cuatro añitos en el Parlamento como parlamentario raso. No está mal.

«Gracias por todo», recibe con laconismo contagiado un conductor de autobuses que ha bregado con políticos y periodistas y que el lunes transportará niños. Los chavales dejan restos de bollycaos y cáscaras de pipas. Los de las elecciones se olvidan móviles y periódicos. Los medios picamos y hacemos el juego a las estrategias de los partidos y publicamos o emitimos todos las entrevistas los mismos días y en el mismo orden. Si hoy es viernes éste es Griñán. Y Ayer Arenas.

El sábado de reflexión es un fotógrafo de prensa haciéndole fotos a sus hijos. El candidato ensordecido por los aplausos y los mítines, cegado por los focos, acostumbrado al trajín, el coche y el viaje, los almuerzos y las palmaditas, el fragor y el debate se encuentra consigo mismo esta noche y mañana por la tarde, temeroso de sí mismo, del silencio, incapaz tal vez ya de la concentración y la paz requerida para centrarse en algo cuarenta minutos. En una novela por ejemplo. Hoy representa el temor a que el teléfono no suene mañana.

El último viernes de campaña es la pesadilla del pelota, que queda sin misión ni levita de la que tirar, se acaba la campaña y por tanto su misión, él que ha puesto el coche al servicio del partido para lo que haga falta. Él, que lleva pegando carteles doce años a lo menos y que, total, sólo pidió una vez ser concejal. Los niños con colesterol y ganas de iPad, camisa de marca y mocos como velas descansan a sus cinco añitos del besuqueo inmisericorde del aspirante a escaño, que aún piensa cómo cobrarle al partido, cómo pasarle la factura, de aquellos cincuenta euros que tuvo que gastarse en el puto mercadillo comprándole a aquella vendedora tan salerosa que no paraba de piropearle delante de las cámaras.

Esta noche los basureros recogerán material electoral de derribo, porquería inservible no usada. El domingo recogerán papeletas electorales exhaustas. Que ahora relucen secretas en nuestros bolsillos.