El escritor malagueño Emilio Calderón, finalista del premio Planeta del año 2009 por La bailarina y el inglés, recoge en este libro un viejo cuento hindú titulado La llave de la felicidad en el que se narra cómo Dios, al sentirse solo y sin compañía, decidió crear unos seres para este fin. Sin embargo, estas criaturas encontraron pronto la llave de la felicidad, y con ella en la mano, se fundieron con la divinidad, quedando Dios de nuevo solo.

Ante este dilema, y para evitar que le sucediera fácilmente lo anterior, decidió crear al ser humano y, en su interior, muy cerca del corazón, depositó la llave de la felicidad, con la seguridad de que le iba a costar encontrarla. Se trata de un cuento que nos puede ayudar a reflexionar sobre si finalmente la felicidad está en cada uno de nosotros, o no. Los cristianos creemos que la felicidad es estar cerca de Dios, y que Dios está en cada uno de nosotros, muy cerca del corazón.

Siguiendo esta línea, pienso que los malagueños, con tendencia en muchos casos a no valorar suficientemente lo propio y a gastar energías en agrandar nuestros defectos, tenemos que quitarnos prejuicios y/o complejos y ver a Málaga como lo que es, un lugar privilegiado. Tenemos todo lo que se precisa para considerar que residimos en un lugar único y envidiado desde cualquier ámbito del planeta (nada más que hay que preguntar a los turistas que nos visitan), y además el malagueño es abierto y acogedor. Se es malagueño cinco minutos antes de llegar a Málaga.

Si se sabe valorar correctamente todo lo que tenemos en nuestro entorno, seguro que es más fácil ser feliz en Málaga. El poeta decía que Málaga es la ciudad del Paraíso, y es verdad. Y toda la provincia es un espacio privilegiado. Sólo falta que nos lo terminemos de creer todos y apostemos por un futuro en el que pensemos a lo grande y haya cabida para todos, incluso para los que no nos conocen.