Uno de los últimos vídeos electorales del PSOE dibuja el escenario en el que se ha movido la campaña electoral. En el vídeo, siguiendo la línea de los cómic de Astérix y Obélix, aparece toda España ocupada por el Gobierno del PP, mientras Andalucía resiste como el único bastión socialista independiente. La película comienza con la máxima de que en el año 2012 gracias a cuatro años de crisis financiera mundial, España es ocupada por gobiernos del Partido Popular. A continuación relatan una historia basada en los recortes aplicados por el Gobierno de Rajoy o por los distintos presidentes autonómicos de este partido. El vídeo es, sin duda, una idea sugerente que se apoya en el eje central de la campaña socialista, pero olvida que en el PSOE ya casi no existen personajes como los de la irreducible aldea gala capaces de hacer sombra a las legiones bien entrenadas del legatus Javier Arenas que ansía ofrecer al césar Rajoy la conquista de toda Hispania.

Si avanzamos en este paralelismo acertamos a descubrir cierta similitud entre el candidato socialista José Antonio Griñán con Abraracúrcix, jefe de la aldea gala, que pasa por ser un hombre de gran orgullo, valiente y arrojado, que no permitirá jamás que la aldea gala sea dominada por las legiones romanas. Si el máximo temor del jefe galo era que el cielo cayera sobre su cabeza, durante la VIII legislatura se ha comprobado que ese temor no habita en el alma de Griñán, pues el cielo se desplomó en repetidas ocasiones sobre su cabeza y la campaña ha ratificado que parece improbable que mantenga a Arenas lejos de su aldea.

Al PSOE se le acabó hace tiempo la pócima mágica de Panorámix, que otorgó durante tres décadas a los socialistas una fuerza sobrehumana en Andalucía para ganar elecciones con holgura. Tampoco cuentan en el partido con figuras como Obélix y Astérix, a los que el lector fácilmente identificará con Manuel Chaves y Gaspar Zarrías, un dúo irreductible durante años que con la ayuda de Esautomátix (Pizarro) lograron derrotar en tres ocasiones a Javier Arenas. Es conocido que Chaves se cayó en la marmita de las victorias y Zarrías siempre estaba dispuesto a beber cuantas pócimas fueran necesarias para arrear estopa a los populares. Siempre fiel y siempre repartiendo.

Un cambio de ciclo. Pero hoy todo indica que Andalucía se encamina hacia un vuelco histórico como han reflejado todas las encuestas y la forma de encarar cada partido la campaña electoral. Sólo una movilización masiva del voto de izquierdas puede evitar que el Partido Popular obtenga la mayoría absoluta, pero este escenario es casi irreal por el desencanto de su propio electorado debido a los méritos que durante esta última legislatura ha acumulado el socialismo andaluz donde ha encadenado una crisis política tras otra. No han tenido ni un segundo de respiro para poner encima de la mesa su agenda en defensa de las políticas sociales, una bandera que otras comunidades arriaron hace tiempo.

La marcha de Manuel Chaves en 2009 provocó un terremoto en el PSOE andaluz cuyas réplicas se notan aún en las ocho provincias aunque con distinta intensidad. Tampoco funcionó la idea inicial de mantener la bicefalia y en seguida los pulsos por el control orgánico del partido taparon el discurso socialdemócrata con el que Griñán había despertado cierta ilusión entre las bases. Sin embargo, la crisis interna ha sido la tónica general de la legislatura, con cuatro cambios de gobiernos, y todo intento por cambiar la dinámica del partido parecía estéril al multiplicarse las encuestas que ampliaban cada vez más la ventaja del Partido Popular. Ni los esfuerzos reflejados en los presupuestos para mantener el gasto social a costa de drásticos recortes en inversión generaron algún tipo respiro en Griñán, que se tuvo que emplear a fondo para gestionar crisis tras crisis como la salida de Luis Pizarro del Gobierno debido al pulso por controlar la provincia de Cádiz. O la dimisión de su número dos en el partido, Rafael Velasco, que provocó que se cuestionara al joven equipo que dirige el partido tras la salida de todos los históricos.

Pero el golpe definitivo llega en 2011 cuando el exdirector general del Trabajo, Francisco Javier Guerrero, destapa y denuncia la existencia de un «fondo de reptiles» por el que la Consejería de Empleo concede cientos de subvenciones falsas con dinero público. Desde entonces, no ha existido ni un día de tranquilidad. Siempre a remolque de los titulares de prensa, dando explicaciones y sin margen para vender gestión.

Sin pócima mágica. Acorralado por el fraude de los ERE y la persistencia de la jueza Mercedes Alaya, cuyos autos han coincidido en periodo electoral; por las altas tasas de paro, rozando el millón de andaluces sin empleo; por el clima de división interna; por la cascadas de encuestas adversas y por la pérdida por primera vez de unas elecciones en Andalucía, el PSOE inició la campaña con el único objetivo de evitar la mayoría absoluta del PP refugiándose en la defensa de las políticas sociales frente a los recortes que denuncian que ejecuta el PP en España y en las comunidades donde gobierna.

Y todo ello sin la pócima mágica de Panorámix o la contribución de Astérix y Obélix, lo que sin duda conllevará a que hoy caiga sobre la cabeza de Abraracúrcix el último trozo de cielo que se sujetaba con la consistencia de que Andalucía siempre votaba socialismo.

Con este panorama no era de extrañar que Javier Arenas no entrara en campaña con la misma fuerza e intensidad que en las otras tres ocasiones en las que se presentó. Durante estos días se ha limitado a graduar la euforia de todas las encuestas para evitar que prendiera como la pólvora entre sus cuadros y votantes. Lo único que debía controlar estaba ya pactado de antemano y Rajoy ha hecho todo lo posible para retrasar las medidas impopulares que deberá adoptar debido a la insostenible situación económica. Incluso aguantó ante las continuas exigencias de Bruselas para que adelantara la aprobación de los presupuestos. Aún se desconoce en qué partidas recortará Rajoy los casi 38.000 millones de euros necesarios para cumplir con el objetivo de déficit público impuesto por la Unión Europea, una arma con la que contaba Griñán para blandir en campaña electoral. Rajoy sabe que Arenas fue esencial para frenar la rebelión en el congreso de Valencia donde confirmó su liderazgo tras dos elecciones perdidas y ha evitado abrir frentes que enturbiaran la plácida campaña del candidato popular.

Sintiéndose ya como próximo presidente andaluz, Arenas lleva tiempo difuminando todas sus anteriores promesas electorales, pues veinte años de campaña dan para mucho, consciente de que no podrá cumplir ni con un tercio de lo prometido en años anteriores. Sus intervenciones en esta campaña han sido más en clave de gobierno mezcladas con la trilogía que tanto beneficio le ha dado de «paro, despilfarro y corrupción».

Clave nacional. Pero la trascendencia de las elecciones andaluzas que hoy se celebran va más allá de los límites de Andalucía. La posible victoria del Partido Popular propiciará también que Mariano Rajoy tenga manos libres (si es que ya no las tiene) para continuar con su plan de reformas, algunas aún no desveladas, que incluyen abrir el debate del actual modelo autonómico o el copago en el sistema sanitario como anunció Ana Mato hace una semana.

Sea como fuere, a Griñán sólo le queda el hallazgo de algún frasco de pócima mágica para evitar su derrota, pues Arenas y sus legiones tienen ya casi cerrado el asedio a la última aldea rebelde.

Los más de seis millones de andaluces llamados hoy a las urnas tienen la última palabra para escribir el epílogo al asedio de la aldea gala, aunque las defensas de ésta tras treinta años de luchas y batallas se encuentran ya maltrechas.

El futuro presidente andaluz no tendrá, desde luego, una tarea fácil. Más en una comunidad que debe experimentar un cambio profundo en su sistema productivo. Diversificar su economía debe ser un objetivo clave, pues sin renunciar al turismo y al sector de la construcción, tienen que generar un nuevo modelo productivo, aunque esto siempre lleva su tiempo. Tampoco debe perderse ni un segundo en acometer una profunda reforma de la administración pública. Y todo ello sin ceder un milímetro en los derechos sociales o en el mantenimiento de un sistema sanitario público como el andaluz que, pese a sus carencias, es un modelo al que no se debe renunciar.