Si alguna enseñanza podemos sacar de esta campaña electoral es que la convocatoria de elecciones andaluza por separado no propicia ni sirve para que haya un debate netamente andaluz. Es cierto que con la devastadora crisis económica y el millón de parados, con las reformas y recortes del Gobierno conservador y con la obsesión del déficit y no de la generación de ingresos es imposible hablar de otra cosas, sustraerse. Es cierto que eso, la crisis, es la realidad de la campaña. Pero aunque no fuera así le da a uno que hay una castración política de los partidos andaluces para proponer un debate de altura, filosófico, sobre qué es Andalucía, donde va, cómo es su encaje en el Estado, cuál su papel, cómo la reivindicación de su historia y personalidad. Esto no tiene nada que ver con los nacionalismos, no siempre pero tantas veces la patria de los débiles mentales. La excusa del victimista, la coartada del insolidario, la cara presentable del xenófobo. No, tiene que ver con el hecho de que ni en Navarra ni en Baleares ni en Canarias o Galicia ni por supuesto en el País Vasco y Cataluña se daría una campaña así. Sucursalista y subsidiada, de franquicia. No hay fuerzas políticas sólo y estrictamente para Andalucía y tal vez, ni falta que hacen, y más habiendo sido alguna de ella en alguna época una simple adicción de folcloristas ambiciosos con ceceo. Pero es que las nacionales tampoco alientan la conciencia necesaria para la reclamación de intereses, para el progreso.

La campaña ha transcurrido entre un tahúr que quiere ocultar lo que en realidad va a hacer, o sea el PP, y un tahúr que ha tirado la baraja que ha tenido manoseada treinta años para decirnos que, ahora, se ha comprado una nueva. Será, pero le pintan bastos. Es un recurso facilón decir que la campaña ha sido aburrida. No. Lo que ha sido es mediocre o plana. Aburrirse se aburre el que quiere, nada más divertido que la pelea ajena, la pomposidad del sencillo o el envaramiento del creído. El trajín desaforado y también, que los hay, la seductora personalidad u oratoria de alguien admirable que se faja por esos pueblos de Dios y esos minutos de televisión, ese enjambre de páginas, esas radios. Plana o, mejor dicho, lisa. Sin altibajos y sin grandes propuestas. Casi ninguna digna de recordar en el caso de Málaga, por ejemplo, donde los dirigentes provinciales del PP se quedaron en que Wert habría anunciado si no se lo hubiese prohibido la Junta Electoral, «cosas buenas para Málaga».

Lo que no sabe uno es por qué no la anunciaron ellos al día siguiente, no están precisamente prohibidas las promesas en campaña electoral. Se ha ido colando el tren litoral, el corredor mediterráneo, la duda sobre el metro, pero todo de soslayo sin que a las claras se propongan soluciones.