Para mucha gente, Mohamed Merah, el yihadista que asesinó a siete personas en Toulouse y Montauban –entre las que había tres niños que iban a un colegio judío–, era un excluido social, un marginal, un pobre desgraciado sin oportunidades de ninguna clase, o dicho de otro modo, un paria que había sido olvidado por el Estado francés. Pero Mohamed Merah vivía en un apartamento de 38 m², en el número 17 de la calle Sergent Vigné, en Toulouse. El edificio puede verse en Street View. Es un edificio de cinco plantas, no demasiado bonito, desde luego, pero tampoco feo. Está en un barrio limpio y bien cuidado en el que no parece que haya ruidos ni aglomeraciones de ninguna clase. No se ven por ninguna parte ni basuras amontonadas ni cristales rotos. Tampoco parece que en esos edificios vivan familias hacinadas en pésimas condiciones de salubridad. Al contrario, todo parece en buen estado. Enfrente del edificio hay una iglesia protestante, la Iglesia Reformada Evangélica, y a ambos lados de la calle se ven hileras de casas de dos plantas, todas con un pequeño camino de entrada y unos cuantos árboles en el jardín: tilos, acebuches, mimosas. Un barrio aburrido, sin duda, pero ojalá pudiéramos decir que todos los paisajes urbanos de este mundo son tan aburridos como la rue Sergent Vigné de Toulouse.

«Googleando» un poco, he leído que el edificio de Mohamed Merah forma parte de un complejo de edificios para familias de escasos recursos, lo que en Francia se llama Alojamientos de Alquiler Limitado (HLM es el acrónimo francés). El Estado francés paga un subsidio que permite limitar los precios del alquiler, algo que sería bueno que tuviéramos algún día en España. Y conviene recordar que esta clase de edificios de renta baja se introdujeron en Francia hace mucho tiempo, en 1945, justo después de la Segunda Guerra Mundial, cuando lo mejor de la derecha se alió con lo mejor de la izquierda para crear los cimientos del Estado del Bienestar.

De los siete mil millones de habitantes de este mundo, estoy seguro de que al menos seis mil millones de esos habitantes estarían dispuestos a dar lo que fuera con tal de que ellos o sus familias pudieran vivir en ese apartamento del número 17 de la rue Sergent Vigné. Porque vivir en ese piso no sólo significa disponer de un cuarto de baño y agua corriente y calefacción, cosas que en sí mismas ya son milagrosas para el 80% de los habitantes de este planeta, sino que además implica que uno puede disfrutar de dos de los mejores servicios públicos que existen en el mundo: el sistema sanitario y el sistema educativo francés. Desde la guardería hasta la universidad, y desde los dispensarios de atención primaria hasta los quirófanos de alta tecnología, cualquier ciudadano que resida en Francia tiene derecho a esos servicios. Y a cambio no se le exige demasiado, o al menos no parece que se le exija demasiado. Mohamed Merah tenía varios antecedentes por robo y tráfico de drogas, y también había pasado 18 meses en la cárcel por un robo con violencia, pero aun así disfrutaba de ese apartamento de renta limitada en ese barrio tranquilo de Toulouse, frente al edificio con tejado a dos aguas de la Iglesia Reformada Evangélica. ¿Era un paria? ¿Un excluido? ¿Un desecho del sistema? Por favor, no me hagan reír.

Cuando se habla de yihadistas islámicos que actúan en Europa, siempre nos gusta buscar justificaciones para su conducta. Si no es George Bush y la invasión de Irak –que es lo primero que sale a relucir en los comentarios sobre los atentados yihadistas, algo que vendría a ser como echar la culpa de un accidente de aviación a la ley de la gravedad–, siempre se cita un motivo de pobreza o exclusión o ausencia de oportunidades. Y lo mismo ocurrió el verano pasado, cuando un estallido de violencia ciega empujó a miles de jóvenes de familias inmigrantes a saquear y destruir algunos barrios de Londres: todo se debía, parece ser, a que estos adolescentes eran pobres y vivían en condiciones lamentables, cuando luego resultó que casi todos tenían una Blackberry y vivían en edificios normales de barrios normales, no lujosos, desde luego, pero cuando menos decentes y habitables. Tan decente y habitable como era el apartamento que ocupaba Mohamed Merah en el número 17 de la rue Sergent Vigné de Toulouse. ¿Tan tontos somos que seguimos empeñados en ignorar esto? ¿Tan idiotas nos hemos vuelto? Me gustaría pensar que no.