Los votantes andaluces y asturianos han sido más duros con Rajoy que los mercados. Los resultados de un concurso electoral deben medirse con las expectativas de los participantes. Por tanto, el PP ha sufrido un descalabro estrepitoso en Andalucía. Ni el más reservón de los sondeos frenaba a Javier Arenas en la frontera de los 50 diputados, a cinco de la mayoría absoluta y favorecido por la asignación de escaños en cada circunscripción.

En política, vencer es gobernar. Arenas no va a hacerlo, por lo que el cliente más famoso del limpiabotas del hotel Palace ha incumplido su objetivo. Sin embargo, el foco debe centrarse en Rajoy, que fracasa estrepitosamente en el primer reto que acomete desde La Moncloa. Los mercados contemplarán con alarma la ausencia de liderazgo del presidente del Gobierno, en quien no confían ni los votantes que le han anunciado su apoyo.

Los sondeos no participan en las elecciones, pero sus artífices demasiado humanos se dejaron llevar por un olfato muy poco estadístico. Disparaban sin pudor en veinte puntos las estimaciones de votos al PP, sin otra justificación que el desplome del PSOE. Olvidaban que Rajoy desgasta más rápido. Sin agotar los cien días protocolarios, su muestrario de arrogancia en el castigo fiscal y laboral a las clases medias le ha pasado la primera factura. Su incontestable mayoría parlamentaria queda en entredicho, si tuviera que someterla a una actualización.

Si Andalucía es una ducha de agua fría para un PP que había olvidado las tremendas limitaciones de Rajoy, los resultados de Asturias constituyen un bofetón en toda regla. Los votantes odian las vacilaciones, y la frivolidad de Cascos al disolver la legislatura ponía en bandeja el sorpasso de los populares. En el momento más eufórico de su historia, se han quedado estancados. Al atosigar a los ciudadanos con una Contrarreforma social, la derecha ha olvidado la composición del censo. Los retrocesos económicos causan disgusto, las monsergas morales insultan a un país más moderno que sus actuales gobernantes.

Griñán ha efectuado una campaña tan gris como su nombre indica. Se ha comportado y conformado como el perfecto perdedor. Por tanto, la respuesta al desastre del PP –de nuevo, frente a su poder actual– radica en las actuaciones llevadas a cabo desde el 20-N. Se necesitará más tiempo para saber si los rumores sobre la extinción del PSOE eran exagerados. Dado que ayer se cerraba un ciclo en la peripecia socialista, Zapatero se despide de ustedes con una victoria.

Desde la inactividad que le caracteriza, Rajoy confiaba en solazarse en la hegemonía política, contrapesada por el bombardeo de malos presagios económicos. Ayer renacieron sus problemas domésticos, en vísperas de una huelga general que será clausurada probablemente con manifestaciones masivas. No se puede gobernar de espaldas a los ciudadanos, en especial cuando todas las encuestas le recuerdan al PP que un porcentaje notable de ellos –más de la mitad en Asturias– no votarán jamás a las siglas populares. Rajoy no seduce, y su única esperanza consiste en que resulta más fácil aprender de las derrotas que de las victorias. La lección de ayer enseña que no llegó a La Moncloa por méritos propios.