Tras varios días de bonanza temperamental gratuita, me levanto de un mal humor también inexplicable. ¿Qué me pasa? Ni idea. He dormido bien, me he despertado sin ningún dolor y los pájaros cantan al otro lado de la ventana. Todo está en orden, excepto mi estado de ánimo. Mientras exprimo una naranja de manera agresiva, pienso en esta curiosa expresión: «estado de ánimo». Si hubiera salido de la cama con dolor de muelas, habría acudido al dentista; si con dificultades respiratorias, al neumólogo y así de forma sucesiva.

Pero si te levantas de mal humor, ¿qué haces? Hay gente que se pelea con su cónyuge o con los hijos (si has decidido discutir, sobran los motivos) y hay quienes salen a la calle en la confianza ciega de que alguien les provoque, para descargar su ira contra él. Ayer mismo, presencié una discusión de tráfico de proporciones delirantes en relación con el suceso que la había originado. Pero también hay gente como yo, que se extraña de lo que le ocurre y se pregunta por qué.

La cuestión es si la pregunta sale de la persona cabreada sin motivos aparentes o de otro individuo que llevamos dentro y que ese día se ha levantado bien. Quiere decirse que somos dos, cada uno con su estado de ánimo. Hay días en los que el de mal humor esta fuera y el del buen humor dentro y viceversa. Hoy tengo dentro a la persona amable que me gustaría ser y fuera al energúmeno malhumorado que detesto. Mientras me bebo el zumo de la naranja exprimida con rabia, pongo a los dos, el uno frente al otro, para parlamentar.

-Negociad -les ordeno, pues ni el de dentro tiene motivos para el optimismo feroz ni el de fuera para este enfado desmedido.

Lo malo es que eso significa la aparición de un tercero (una especie de árbitro), el que les empuja a negociar. Ya soy tres y aún no he leído el periódico, que viene cargado. La negociación, por otra parte, no progresa. Por la tarde, en el diván, se lo cuento a mi psicoanalista, que prefiere callar. Yo especulo en voz alta con la posibilidad de que la vida sea el resultado de una serie de tensiones entre los que nos habitan y ella no dice que no. La cuestión es por qué unos tenemos más tensiones, es decir, más habitantes, que otros.