Ya puestos, unas elecciones al mes sería algo extraordinario, acabaríamos con una mezcla del Tú si que vales y El semáforo, esos programas de demostración de habilidades en público donde se mezclan destrezas reales con una suerte de bufonadas en las que nunca queda claro si el protagonista es consciente de su situación.

Nunca entendí, desde pequeño, por qué cuando se conoce el resultado de unas elecciones todo el mundo está contento. Ahora voy entendiéndolo, se ríen de nosotros, los ciudadanos. Y lo que es peor cada vez más: antes por lo menos los políticos tenían otro oficio y coherentemente si los ciudadanos no los elegían se iban –digo coherentemente porque si, como se dice en campaña, quieren lo mejor para el pueblo, si el pueblo no te quiere pues te vas–. Ahora no, ahora todo vale: gano pero pierdo y me quedo y vuelvo a perder, y pierdo pero me alío y gano, y muchos dientes, dientes como la Pantoja. Perpetuidad.

El domingo el cambio al final resultó ser que Izquierda Unida ya no considera que PP y PSOE son lo mismo, ya no se acuerdan del 15M al que decían apoyar. Están en su derecho, pero que no nos cuenten milongas. Están en el mismo sistema capitalista que los perpetúa y los alimenta a base de acuerdos, leyes, programas y subvenciones. Los tres, los mismos tres partidos de siempre.

Para que todo este linaje implosione sólo nos queda llamar al asociacionismo civil y juntarnos para protestar por lo que nos importa. Sin banderas que venga cualquiera y se apropie de ellas. Desde lo local, nuestro barrio y nuestra Málaga. Coherencia.

Cuanto más lejos estén de nosotros más solos se quedarán. Todos.