Los resultados de las elecciones autonómicas en Asturias y Andalucía, pero sobre todo en esta última por ser la comunidad más poblada y un referente político de primer orden, no sólo han supuesto que el rodillo popular se atasque después de varios años de ganarlo prácticamente todo. Significa también el primer gran bofetón que un Mariano Rajoy que acumula un poder casi omnímodo recibe desde que llegó a la Presidencia del Gobierno, y un balón de oxígeno para los sindicatos de cara a la huelga general convocada esta semana.

Hay, además, otra lectura que señala un cambio en lo que, más que una dinámica política instalada desde la Transición, se había convertido en una verdadera condena. Y es que, por primera vez, los electores progresistas han considerado que el voto útil no es el PSOE, sino Izquierda Unida. Es IU la única que aumenta en votos —de forma notable para los parámetros en que acostumbra a moverse esta formación— y la que más crece en porcentaje en estas elecciones, una de las de menor participación de la historia.

Cuando a primeras horas de la tarde se conocía que la abstención iba a ser muy elevada, todo parecía indicar que eso facilitaría la mayoría absoluta del PP. Por el contrario, lo que finalmente ocurrió es que las urnas demostraron que el partido liderado por Arenas no estaba tan movilizado como se creía, que la capacidad de resistencia del PSOE en Andalucía es mucho mayor de la que ya sabíamos, que no era poca, y que IU ha conseguido darle la vuelta a la fuga de votos de última hora que tanto daño le ha hecho elección tras elección y empieza a convertirse en el partido refugio de muchos de los que, hartos de esperar una verdadera regeneración del PSOE, tampoco quieren que castigar a los socialistas suponga entregar el gobierno al PP y su programa de recortes.

Las negociaciones entre Griñán y Valderas para permitir la investidura del primero no van a ser un camino de rosas. En Andalucía, como ocurría en Extremadura, hay asentada desde hace décadas una cultura del enfrentamiento entre el PSOE e IU, entreverada de verdaderos odios personales entre buena parte de sus dirigentes. Valderas es un moderado y Griñán también, pero ambos tienen alrededor a muchos que preferirían quedarse tuertos con tal de dejar ciego al otro. Sin embargo, el mandato de los electores está en esta ocasión tan claro —la izquierda supera en nueve escaños a la derecha— que no llegar a un acuerdo sería la ruina para ambos.

IU puede tener ahora, como ya está reclamando otro de sus dirigentes más radicales, Sánchez Gordillo, la tentación de permitir un gobierno del PSOE, pero quedarse fuera de él. Y también la de poner el listón de sus demandas tan alto que haga imposible un pacto que garantice la gobernabilidad. Se equivocará si así lo hace. Los votos que ha recibido IU no son para que haya un gobierno del PSOE, sino para que haya uno de izquierdas, y eso la corresponsabiliza de todo lo que ocurra.

Andalucía va a ser mirada con lupa desde fuera y se ha convertido, desde el domingo, en el principal problema político que tiene el PP. Si su nuevo gobierno encuentra fórmulas para combatir la crisis distintas y menos crueles con los ciudadanos que las que Rajoy está aplicando en el resto del país, y esas fórmulas funcionan, el Ejecutivo central mantendrá una abrumadora mayoría parlamentaria, pero tendrá serios problemas para retener el apoyo social que se la otorgó.