Esta particular y modesta historia comenzó con un testimonio de gratitud, largamente diferido en su manifestación pública, hacia el claustro de profesores del instituto malagueño de Martiricos. Corría el mes de enero de 2009 cuando las páginas del diario La Opinión de Málaga amablemente acogieron, de la mano de José Ramón Mendaza, un reconocimiento personal hacia aquel entrañable centro del que tuve la fortuna de ser alumno en la primera mitad de la lejana década de los años setenta. A pesar de tan acusado desfase entre el hecho causante y la plasmación del sentimiento en letra impresa, dicho relato es para su autor una de las piezas más apreciadas a lo largo de su trayectoria, académica y no académica.

A aquella colaboración, a través de una secuencia no intencionada ni en modo alguno programada, fueron siguiendo otras sobre la incidencia de la crisis en la economía malagueña, el retorno de Keynes, el drama del desempleo, la crisis financiera internacional, las burbujas económicas, la gestión en el deporte o los vericuetos de la regulación pública, entre otras materias. De una forma completamente tácita, sin compromiso alguno entre las partes, semana tras semana, los artículos se fueron abriendo un hueco, sistemática y regularmente, cada miércoles, en las páginas del periódico. Con las únicas excepciones de dos breves paréntesis estivales, en el curso de más de tres años, las colaboraciones se han ido sucediendo ininterrumpidamente, hasta alcanzar, con la de la pasada semana, la cifra de 158.

Al tratar de hacer un balance de esta etapa en la que han ido apareciendo los mencionados textos, son muchas las sensaciones que se acumulan:

• En primer lugar, naturalmente, la de agradecimiento sincero hacia el medio - encarnado en las personas del director y del subdirector- que los ha acogido, siempre con las mayores muestras de seriedad, profesionalidad y respeto.

• A pesar del rango de la ocupación que, simplemente a efectos identificativos, ha acompañado el nombre del firmante, ninguno de los artículos escritos ha pretendido sentar cátedra en ninguna materia. Más bien, su propósito ha sido expresar un punto de vista personal, desmenuzar algunas cuestiones a veces reservadas a círculos especializados, plantear interrogantes sobre problemas de nuestro tiempo o inducir una reflexión sobre ellos.

• De forma expresa, sí he procurado activamente no circunscribirme a los temas económicos, fiscales o financieros más directamente ligados a mi actividad profesional, a partir de una actitud de inquietud intelectual y de apertura hacia otros campos, que quizás podría encontrarse reflejada en la definición de «chincuales» lanzada por uno de los personajes de Bolaño en «2666». Alfred Marshall, una de las más grandes figuras del pensamiento económico, sentenció que no puede ser buen economista quien solo sea economista. Por supuesto, el hecho de preocuparse por otros aspectos sería una condición necesaria, pero no suficiente, para alcanzar dicho objetivo, ciertamente difícil. Por otra parte, al dejarse arrastrar por esas fuerzas, uno sigue, sin quererlo, una de las reglas de Montaigne, cuando insta a observar permanentemente, complementada por una recomendación a escribir sobre cualquier cosa.

• Aun con las limitaciones autoimpuestas en aras de evitar posibles «riesgos reputacionales» para las entidades con las que se mantienen vínculos profesionales, todas las colaboraciones se han realizado a partir del ejercicio del bien supremo e irrenunciable de la libertad de pensamiento, huyendo expresamente de la posible inclinación a decir lo que un determinado grupo o sector pudiera desear oír. Solo quien emite opiniones se aventura a la comisión de errores, pero es sin duda preferible a comenzar un discurso que ha de seguir una plantilla homologada por alguien.

• Una motivación fundamental ha actuado como fuerza motriz del conjunto de las contribuciones escritas, la vocación inequívoca de compartir el conocimiento, como integrante de esa congregación silenciosa a la que Séneca otorgó su superior respaldo filosófico: «…y me gozo aprendiendo para poder luego enseñar… si la sabiduría se confiriera con la condición de mantenerla encerrada, sin que pudiera transferirse, la rechazaría».

• En alguno de las columnas hacía referencia a que mi colectivo de lectores se mantenía bastante estable, integrado por uno o ningún miembro. Pese a esa percepción, nada jocosa, que pudiera tener en algún momento, he de reconocer que, circunstancialmente, según algunos indicios, ese colectivo ha sido algo más numeroso de lo que podía imaginar, y también de lo que podía aspirar o merecer. Desde aquí quiero hacer llegar mi mayor agradecimiento a todas aquellas personas que, en alguna ocasión a lo largo de estos años, se hayan detenido en alguno de los textos publicados, aportándole, al hacerlo, un soplo de vida.

A la finalización de cada año transcurrido, en previsión de la imposibilidad de continuación, había advertido de que las obligaciones profesionales, y la desatención de otros frentes, probablemente me llevarían a poner término a mi colaboración semanal. Ese escenario, que me rondaba desde hacía algún tiempo, ahora se materializa, reforzado por un cúmulo de circunstancias de creciente exigencia. El tiempo y las facultades personales son recursos muy escasos que obligan a elegir permanentemente. A veces, el margen para la elección es muy estrecho o incluso nulo. Durante más de tres años, mi compromiso, no obligado, con este diario ha sido prioritario e inexcusable, pero ahora un nuevo entorno me impele a hacer un alto en el camino.

No pensaba en absoluto en mí mismo cuando escribía los artículos, pero ahora tomo conciencia de que ellos, en los que se condensa una parte de mi vida, me han llevado, sin pretenderlo, a una gratificante e impagable aventura intelectual. Sin poder evitar estar embargado por un sentimiento de tristeza, ahora me dispongo a cerrar el cartapacio donde se cobijan, al que solo añadiré palabras de gratitud.