El paradigma del esfuerzo y del arte en estos tiempos son los cocineros de vanguardia, de los que cada día llegan menos platos y más productos enlatados como conferencias, documentales, libros... Ya hace años que los gangsters, los políticos corruptos y los sectarios de empresa decían la frase «el que no aguante el calor que salga de la cocina». Triunfantes los antedichos, se entiende que los cocineros hayan pasado de la metáfora a los hechos.

René Redzepi, el jefe de cocina y co-propietario del restaurante Noma de Copenhague, dos estrellas Michelín, cuenta que para él cada día es una final de la Champions League. Dedica 14 horas al restaurante, en el que da de comer a 80 personas diarias, los sábados trabaja en el laboratorio, los domingos sale a rastrear productos por el país y los lunes son para la burocracia de su negocio. Que alguien le diagnostique y le ofrezca tratamiento, por si quiere seguirlo. Los futbolistas de élite, que ganan muchísimo más, trabajan muchísimo menos y a la edad de Redzepi viven de sus inversiones, no aguantarían el tute de la final de Champions diaria.

«Sin presión no hay creatividad», sentencia Ferrán Adriá, también en la línea de atareadísimo en atender a reporteros del mundo, más a los platós que a los platos, porque –como todo artista contemporáneo que se precie– quiere escapar del acto pictórico. También cita a Messi y transmite la idea de la tensión precordial como estado óptimo para un largo horario de trabajo.

La comida de estas estrellas –de la cocina y de Michelin– seguro que está muy bien pero su discurso huele a la especia común del momento global presente en los programas infantiles vendemotos de la noche y en los concursos de cantantes juzgados por cantantes. La enseñanza específica de los cocineros de élite para el público en general -y hay que agradecérselo- es que cada vez cuesta más esfuerzo dar de comer a los ricos.