Mañana no trabajaré». Y no mentía mi vecino al decirlo, porque hace siete años que está jubilado. Pero él se sentía solidario con los que, aún queriendo, no pudieron ejercer su derecho a participar en una jornada de huelga, para reivindicar un trabajo más digno, por miedo a perder el pan de sus hijos. Un soñador.

Nosotros, los jubilados, sentimos envidia –sana, por supuesto– de los que trabajan. Y no porque entremos en discusión con los desgraciados que nos tachan, un día sí y otro también, de vagos en todos los medios de comunicación, sino porque nos gustaría tener veinte años menos y que nos quiten lo bailao.

Por cierto, hay un señor –mi madre me enseñó que todo el que no tenga orejas de burro lo es– que se atrevió a insultar en televisión, Intereconomía, por más señas, de mala manera, a los andaluces, por haber votado a la izquierda.

Una cosa es dar su opinión política y otra menospreciar a todos los nacidos en «la tierra de María Santísima», como la llamaba Bobby Deglané, nada sospechoso de tendencias políticas infernales. Si algún día me lo encuentro en mi camino no seré tan políticamente correcta.

Yo, que no he nacido en esta maravillosa tierra por errores en las cuentas que llevaba mi madre, me siento andaluza, como mis padres, hermanos, abuelos y demás antepasados, no tengo más que enviarle mi desprecio más absoluto.

¡Ah!, he visitado en el Jardín Botánico de La Concepción la pérgola de las glicinias, que están en flor. No os perdáis esta maravilla. Quedan pocos días para que pierdan su color. Tendríais que esperar otro año para contemplar un milagro sin igual.