Es posible que jamás una huelga general haya estado tan justificada como esta vez sin que probablemente sirva para nada. El Gobierno se ha limitado a cumplir el papel de pregonar que España se encuentra en una situación límite y los sindicatos, una vez más, de escenificar el descontento caminando por el filo de la navaja. Sólo que en esta ocasión el descontento existe en este país afligido y desconcertado.

No hay vuelta de hoja en cuanto a justificaciones morales para esta movilización social porque nunca antes hubo un recorte tan brutal de los derechos de los trabajadores. Pero también es cierto que jamás existió un margen tan pequeño de maniobra para que un gobierno pudiera dar marcha atrás en una ley.

La sombra del fondo de rescate se cierne amenazadora sobre un país intervenido y los sindicatos se han dedicado a poner sobre la mesa su representación de la tragedia en un escenario dramático heredado y deprimido. Los socialistas, como si ellos no tuvieran nada que ver en este desastre, empiezan a apuntarse a la asonada de las calles, al mismo tiempo que los piquetes buscaban resguardo a la sombra de las terrazas en flor.

La reforma laboral, bajo la excusa de que está en juego salir o no de la crisis, presumiblemente servirá para satisfacer el apetito voraz de esta Europa encogida del recorte y la especulación, pero seguramente no traerá las soluciones al terrible problema del paro como nos están haciendo creer.

No es descartable que de aquí a unos meses este país se despierte cada día con un ciento de desempleados más. Por eso, ante este panorama tan truculento y de inquietante futuro, acongoja ver el juego inane de ciertos políticos enredados en una inercia destructiva: en la actitud irresponsable de distraer y distraerse de los grandes problemas. Son estos líderes de tres al cuarto embarcados en aventuras personales los que más daño hacen a las esperanzas del pueblo de ser dirigidos por personas conscientes y capaces.

Los europeos empiezan a vernos como el gran problema, dice Le Monde, de hecho para los franceses siempre lo hemos sido, incluso cuando no éramos los pufistas. España es una tragedia política y se apunta desde la primera fila del patio de butacas al primer acto de esta comedia dramática de la primavera, de nudo enrevesado y desenlace incierto.