Los andaluces, qué le vamos a hacer, somos así, ya se sabe. Nos habíamos creído que estaba en nuestra mano tener la libertad de votar a quien nos pareciera más oportuno, el derecho a poner nuestra voluntad y nuestra papeleta allí donde nuestra fe o nuestro cabreo nos indicase. Pero por lo visto estábamos equivocados, muy equivocados.

Menos mal que desde la noche electoral del domingo pasado un buen montón de opinadores, Dios los bendiga, han tenido la piedad de sacarnos de nuestro error. «Catetos», nos han llamado, naturalmente por nuestro bien. Ya era hora de que alguien nos hiciera ver la realidad, cómo están de verdad las cosas. De nosotros, por lo visto, se esperaba algo y no hemos sabido estar a la altura de las circunstancias. También es posible, se me ocurre, que ellos no se hayan explicado lo suficientemente claro, y ya se sabe que a unos catetos como nosotros hay que darles las cosas bien mascaditas para que no la liemos.

Sin duda casi toda la culpa es nuestra, pero estoy seguro de que hubiésemos entendido mejor el mensaje si alguno de ellos, en su infinita sabiduría, hubiera llamado «asesinos» a los electores vascos porque meten a batasunos en las instituciones. Seguramente ahí habríamos tenido un ejemplo claro de por dónde debíamos caminar. Pero ante la carencia de ejemplos como ese, y teniendo en cuenta lo catetos que somos, caímos en el error de votar según nuestras propias convicciones, cada cual la suya (en esta ocasión la mayoría, esto no debe olvidarse, votó al Partido Popular. Lo que viene después, las componendas entre partidos, no las decidimos los ciudadanos, aunque esto se olvida fácilmente), e incluso en la de no votar, que no siempre es por vagancia, por dejadez o por incivismo, sino que también hay opciones políticas y filosóficas, que hasta ahora, en mi supina catetez, creía tan respetables como cualquier otra, que propugnan la abstención.

Pero es evidente que todo era un error, un enorme y terrible error. En nuestra cerrilidad, en nuestro catetismo, no caímos en la cuenta de que teníamos que votar lo que esos señores tan listos ya habían decidido que votásemos, y ha sido una tremenda descortesía, además de una torpeza imperdonable, defraudarlos de esa manera. Deberíamos estar avergonzados por lo que hemos hecho, por el disgusto que les hemos dado. Demasiado poco ha sido que nos llamen catetos. Tienen toda la razón y no entiendo que alguien se haya sentido ofendido. Sí señor, los andaluces somos unos catetos. Y todo el mundo sabe que un cateto vale, como mínimo, por dos hipotenusas.