Hace unas semanas viajé a la ciudad de Santiago de Chile para impartir un curso en un máster universitario. Me pedían un nuevo viaje para el mes de julio. Les dije que tenía un serio problema con un pequeño personaje de siete años. Se trataba de Carla, que cada vez opone una resistencia más firme a mis salidas profesionales. No hace mucho, con tono melodramático, me dijo:

– Papá, tus viajes me van a arruinar la vida.

No es una cuestión baladí. No es solo ella la que argumenta de manera más que sólida, recriminando las ausencias. Lo hace la familia. También yo me planteo el sentido de los viajes que generan una separación cargada de contradicciones. Porque, a veces, voy a decir a miles de kilómetros que no es bueno dejar solos a los hijos y a las hijas durante mucho tiempo para atender exigencias del trabajo.

Pues bien, el grupo de profesores chilenos, cargado de sensibilidad y de ternura, escribió una carta a la niña de la que quiero entresacar algunos párrafos.

No había pensado hacer pública su iniciativa hasta que las insistentes palabras de una amiga que conoció el contenido de la carta me persuadieron. Al grano. Esto le dicen a Carla los amables docentes del máster:

«Te extrañarás y te preguntarás por qué un grupo de alumnos de tu papá se atreve a robar un poco de tu intimidad y se le ocurre la idea de escribirte una carta….

Sabemos que su corazón se rompe un poquito cada vez que tiene que viajar y alejarse de ti….

Imaginamos que te debe disgustar que tu papá viaje tanto. Entendemos tus sentimientos. Sabemos que el hecho de que tu papá vuele a otros lugares más de cien veces al año es un poco mucho para una niña que ama a su padre….

Sin embargo queremos decirte que es ese mismo amor que te tiene, el que lo hace viajar. Nos atrevemos a decir que su amor y compromiso contigo, lo mueve a regalar su sabiduría para mejorar la educación que recibes tú y los otros niños del mundo…

Cada vez que tu papá hace un curso, logra inspirar a profesores y profesoras a reavivar su energía interna para poder salir a buscar y encontrar un tesoro, logrando así que cada vez que ayudamos a un niño a ser más dichosos, logramos nuestra propia felicidad.

Lo que pasa es que algunas personas cuando se hacen adultas pierden la fantasía y la magia que tienen todos los niños en su vida. Debes conocer uno que otro adulto que anda por ahí triste y aburrido de la vida, que no pone alegría en las tareas que realiza, que se ha olvidado en algún lugar su bolsa con el polvillo de hadas que permite hacer realidad los sueños.

Verás, a todos los adultos nos pasa que en algún momento nos desalentamos con nuestros quehaceres y necesitamos a alguien que nos recuerde lo lindo que es ser feliz con lo que hacemos. Tu papá es esa persona, él nos ayuda a recuperar la magia que perdimos en algún momento. Como notarás es un trabajo muy importante el de tu papá, ya que es como el guardián del polvillo de hadas, que nos reparte a todos nuestra ración cuando se nos ha acabado. Como bien sabrás, sin su polvillo, las hadas no pueden convertir sus sueños en realidad ni ayudar a otros a que lo logren. Tu padre en sus viajes va por el mundo devolviendo la fantasía y la magia a los adultos que la han extraviado. Él con su sabiduría nos ayuda a encontrar la alegría en nuestro trabajo de maestros para que podamos repartirla entre los niños a quien damos clase como si fuera ese polvillo de hadas…

(…) Quizás con esta explicación en el próximo viaje de papá te cueste menos ser generosa porque ya sabes que compartir alegría es algo muy especial».

Te pedimos que compartas un poquito de la sabiduría y del corazón de tu papá. Te aseguramos que la mayor parte siempre será la tuya».

Le leí la carta a Carla despacito. Venía acompañada de una exquisita caja de galletas y de un hermoso peluche. Le expliqué algunas cosas. Ella leyó luego sola la carta con la mayor atención. Y decidió contestar. Lo hizo en los siguientes términos:

«(…) Mi papá es muy importante para mí, así que la próxima vez irá solo dos días y no ocho (...)».

La correspondencia ha seguido. Entresaco algunos párrafos de la última carta que le ha dirigido la profesora Fabiola Sáez, a quien desde aquí agradezco su tiempo y su amabilidad:

«Muchas gracias por contestar y por entender que el trabajo de tu papá es muy importante para nosotros, sus alumnos.

Sé que extrañas mucho a tu papá cuando no está contigo, pero viaja tantos días porque Chile, el país en que vivimos está muy lejos; para llegar acá tiene que viajar casi dos días, así que son casi cuatro días solo de viaje, pero es un país muy bello, tenemos bosques y una montaña muy grande que pasa por todo el país; también hay playas y en el sur hay campos de hielo, todo azul y blanco todo el año. En el norte tenemos un desierto de rocas y sal, si quieres en otra carta te cuento con más detalle para que puedas imaginarlo mejor. A mi me encanta vivir aquí. ¿Cómo es donde vives tú? ¿Te gusta vivir allí?

(…) Por cierto, ¿cómo te va en la escuela? ¿Qué asignaturas te gustan más? A mí me gustaba todo lo relacionado con las letras, leer libros y las historias antiguas, también las ciencias y los experimentos. Otra cosa que me gustaba mucho es cocinar. Si tus papás te dan permiso y te ayudan, te puedo enviar algunas recetas para cocinar tú».

No sé si Carla querrá contestar, supongo que sí. Lo que no dudo es que siempre tendrá en su memoria que unos profesores de un país remoto han pensado en ella y en sus sentimientos. Que unas amables personas que viven muy lejos tuvieron un día la delicadeza de pensar en el dolor de las ausencias que le causaban los viajes de su papá.

Yo sólo tengo para estos profesores y profesoras agradecimiento y admiración. Fueron excelentes aprendices en el curso y, luego, hicieron gala de una extraordinaria sensibilidad docente.