Ya pasó. Mariano Rajoy puede ponerse la camiseta de «Sobreviví a la huelga general del 29-M» y, mientras los servicios de limpieza –públicos y privados– terminan de quitar las pegatinas que los traviesos piquetes colocaron a diestro y siniestro por los cajeros automáticos y escaparates de los comercios, volvemos al día a día. Con los mismos problemas, con la misma rutina, sin cambios que se aprecien en el estado y en los derechos de los trabajadores. Ha sido una huelga «muy seguida» según los sindicatos; para el Gobierno, no tan secundada. Como siempre, ahí está presente el baile de cifras entre instituciones que lo único que consigue es restar credibilidad a ambos, pues ni tanto ni tan calvo. Bueno, pensándolo mejor poco pierden ya que al fin y al cabo quién se cree hoy en día lo que dicen unos y otros.

Es inevitable, en la resaca de la huelga, comparar esta convocatoria con la anterior, y su predecesora, y la anterior a ésta. Y se observa un modelo de protesta que se ha ido contaminando a lo largo de los años. Viciando. Por las formas y por la repetición constante del mismo. Recuerda mucho a casos como el de Filipinas, por ejemplo, donde el People´s Power Revolution logró a base de intercambiar flores por armas y de protestas pacíficas tumbar la dictadura de Ferdinand Marcos en 1986. Después de eso se han lanzado a la calle cada dos años pidiendo cambiar al gobierno de turno, con un resultado muy distinto: en la mayoría de casos, la indiferencia. Lo triste es que cuando hay una razón de peso, por mucha manifestación secundada por la mayor parte del pueblo, no tiene efecto real. Aunque lo que realmente preocupa, más que la repetición, es el asunto de las formas. Es tremendamente triste rellenar las páginas de un periódico con las incidencias, con ese número de degenerados que se dedican a delinquir, insultar y destrozar edificios en las convocatorias. Y son ellos, en parte, los culpables de que las huelgas no sean seguidas por muchos. En una España del siglo XXI, donde trabajadores respetan a los que quieren hacer huelga, no se concibe que los huelguistas extremos pisoteen los derechos de los demás. Una minoría de manifestantes que, por cierto, en ocasiones tienen una tajada encima importante y portan banderines de los sindicatos. Mala imagen para los mismos, de ahí que no calen de lleno en todos los trabajadores, que llegan a sentir más cercanía y compasión hacia su empleador que hacia ellos. Al fin y al cabo, el que ha hecho la reforma laboral es el Gobierno de Rajoy, no el empresario.

Las de Filipinas son manifestaciones repetitivas, las de España, huelgas. ¿Necesarias? Para muchos, sí. ¿Exageradas? No creo, para algo existe el derecho a la huelga. ¿Efectivas? Eso ya es otra historia...