Jordi Pujol ha repartido en tres volúmenes unas Memorias imprescindibles para desentrañar la España contemporánea. En el tomo recién aparecido y que clausura la serie, se desvela la frase pronunciada en 1995 por un Felipe González a quien asediaba la corrupción. «Realmente, Pujol, nuestro problema han sido las segundas esposas de algunos de los nuestros».

Más allá de la búsqueda de la complicidad varonil, el entonces inquilino de La Moncloa se refería probablemente a Miguel Boyer, Carvajal o Mariano Rubio. El presidente socialista desplegaba un rigorismo concordante con la izquierda puritana, además de contribuir modestamente al engorde del mito de la mujer diabólica. La solidaridad del interlocutor se labraba en la convicción de que ni González ni Pujol padecerían inestabilidad conyugal. Por supuesto, el líder socialista acabó probando su propia medicina, y la beautiful le ha ocasionado la ruptura con alguno de sus millonarios patrocinadores.

Quizás González incluía a Alfonso Guerra en su recapitulación de la labilidad conyugal. En sus Memorias autoexculpatorias, el exvicepresidente reproduce una frase de García Gascó, secretario por entonces de la Conferencia Episcopal, donde coincidía con la tesis presidencial. El prelado lamentaba que «como los ministros cambian cada día de cónyuge, es muy difícil saber la situación familiar de los presidentes de delegación al Vaticano». No se conocen declaraciones similares cuando dos vicepresidentes de Aznar se embarcaron en la ruleta matrimonial.

El mundo ha evolucionado en las décadas transcurridas desde las citas en cuestión, pero el carnet matrimonial sigue siendo decisivo para analizar las perspectivas electorales. Nicolas Sarkozy no pertenece al club de los segundos esposos, porque ha encarrilado su tercer matrimonio. Sin embargo, su exhibicionismo sentimental se baraja como una de las claves que pueden conducirle a la derrota en las presidenciales francesas.

De repente, Carla es una carga para Sarkozy, y no sólo en el sentido literal en que el hiperpresidente cargaba sobre sus hombros al primer hijo de la cantante. La conciliación radical entre la presidencia de Francia y una pasión de telenovela se ha vuelto contra la continuidad en el Elíseo. La modelo italiana traiciona los principios de su profesión, y se esfuerza por parecer fea como las actrices bellas que persiguen un Oscar. Incluso compite en vestuario módico con Letizia Ortiz, qué queda de la foto dorsal de ambas sirenas.