La semana que termina no será de buen recuerdo para el presidente del Gobierno. Y eso que ha logrado una de las fotos más buscadas por cualquier mandatario: la de retratarse con el presidente de EEUU, Barack Obama. Pero ni eso ha compensado los primeros disgustos en política doméstica desde el 20-N.

Todo empezó el 25 por la noche, cuando tras saberse los primeros resultados de las autonómicas en Andalucía (que otorgaron una victoria insuficiente a Javier Arenas), decidió irse al aeropuerto con destino a Seúl (donde coincidió con Obama), sin esperar al escrutinio final y sin poder capitalizar el éxito desde la calle Génova.

La cosa se complicó el miércoles, con una sensación agridulce: tras el recuento del voto exterior en Asturias, se esfumaban las posibilidades de que FAC (el partido de Álvarez Cascos) y el PP pudieran gobernar conjuntamente en el Principado. Al menos, al aumentar las opciones de que se forme una coalición de izquierdas, Rajoy ve como Cascos paga la convocatoria de comicios anticipados con un coste de cuatro diputados y, quizá, el poder autonómico.

Pero la prueba de verdad llegaba el pasado viernes, con la presentación de los Presupuestos (lo de la huelga del jueves, en el fondo, no tiene remedio: no puede dar marcha atrás con la reforma laboral, ante la presiones de Bruselas/Berlín). En el momento de redactar estas líneas, lo filtrado (no a la subida del IVA, no a la bajada de sueldo de los funcionarios) parecía poco creíble para cumplir con un déficit del 5.3%. Pero habrá un modo de comprobar la «adecuación» de las cuentas: si, en los próximos días, la prima de riesgo se dispara, la credibilidad de Rajoy ante nuestros vigilantes externos se vería dañada… Por lo que podrían forzar acciones semejantes a las aplicadas con Grecia, Irlanda o Portugal.