Campesino, si tienes hambre, alístate en la Policía Nacional. El anuncio salía en los diarios madrileños allá a principios de los años cincuenta. Nadie me lo ha contado: lo leí yo mismo en el ABC, siendo un niño, y pese a mis pocos años me llamó la atención. A las autoridades de entonces no se les pasó siquiera por la cabeza el ofrecer educación para los hijos; las entelequias como las vacaciones pagadas tampoco formaban parte del mundo aquél y hablar del derecho a la huelga era cosa de ciencia ficción. Los campesinos, por supuesto, se alistaban; ahí es nada, poder comer en el Madrid de la postguerra. España era entonces, como se nos decía en los libros del colegio, un país eminentemente agrícola con lo que el mensaje para huir del hambre llegaba a casi todos los rincones. Permanecimos en aquellos trances hasta que el talento de Forges nos convirtió en un país eminentemente país, cosa que seguimos siendo hoy.

Se diría que la historia del anuncio suena a invento del neorrealismo italiano porque, gracias a los dioses, sólo medio siglo más tarde se había vuelto un absurdo el acordarse de las hambrunas en España. Hasta hoy. Ya no hablamos de hambre; Hablamos de paro, de sueldos de miseria, de condiciones laborales que recuerdan a la de los tiempos de la gleba. Y en esas que a la Iglesia se le ocurre dar marcha atrás en la moviola de la Historia garantizando ahora mismo un empleo a quien decida meterse a cura.

Qué cosas. En los mismos días en que, por aquello de las cifras redondas, recordamos con orgullo la primera constitución que tuvimos, la de Cádiz de 1812, el desespero es tanto que vuelven las soluciones milagrosas. Da un poco igual que aparezca un Fernando VII volviéndonos a los tiempos y costumbres de las cavernas o que la Constitución siga vigente pero no sirva de nada –todos los españoles tienen derecho a un trabajo remunerado de tal forma que satisfaga las necesidades suyas y de su familia–. Pero como la providencia sólo aprieta, resulta ahora que podemos salir de nuestras miserias por la vía de tomar los hábitos aliviando, de paso, las cargas tan penosas de la paternidad. Tal vez tengamos la suerte de que un Bizet redivivo haga otra ópera para que el mundo recuerde para siempre cómo éramos los españoles en el año de 2012 del señor.