Hay un libro circulando por ahí titulado Los engaños de la mente escrito por dos neurocientíficos que utilizan los trucos de magia para estudiar el funcionamiento del cerebro. Lo preocupante es que han llegado a la conclusión de que estamos hechos para que nos engañen y que, igual que somos incapaces de entender cómo un mago puede hacer desaparecer a una moza de 1,70 en una caja de zapatos, cualquiera puede convencernos de que necesitamos comprar el endurecedor de glúteos de la teletienda o de que destinemos los 20.000 euros de la jubilación a financiar el abrelatas por control remoto que ha inventado el primo de Ávila. Aseguran estos científicos que se autodefinen como neuromagos, que los humanos nos engañamos constantemente unos a otros, algo fácilmente constatable sin necesidad de hacer cinco años de carrera y otros tantos de investigación, la verdad.

Pero ellos van más allá y afirman que, igual que funcionan en la magia, también hay trucos en publicidad, en una negociación empresarial o en las relaciones personales para que nuestro cerebro se despiste. Así, es más fácil que nos engañen si estamos haciendo varias cosas al mismo tiempo, si no estamos suficientemente concentrados y si tenemos mala memoria para recordar por dónde nos la dieron la última vez.

El mayor peligro sin embargo, es que el de enfrente sea un ser encantador y simpático. Ahí, al parecer, nuestro cerebro se vuelve más proclive aún al engaño y por eso a los vendedores de aspiradoras siempre los buscan guapetes, con labia y con una sonrisa perpetua. No es por dármelas de lista, pero esto también lo sabía yo sin estudiar desde que a los 16 me colgué por un niñato tan chisposo como picaflor sin que mi cerebro conectara ni una sola de sus alarmas hasta que me dejó tirada sin saber qué había pasado. Luego, vas interiorizando el proceso sin necesidad de manuales cuando ves a esa periodista jovencita y encantadora desarmar al policía que a ti un minuto antes te ha echado sin contemplaciones, o te mueres de aburrimiento en la mesa del restaurante mientras los dos chicos de la de al lado han conseguido que la camarera, que no para de reírles las gracias, les sirva hasta el postre.

Nada nuevo, aunque es de agradecer el que la ciencia corrobore que todos estamos programados para que nos engañen con dos truquitos de magia baratos. Así, por lo menos, cuando leamos u oigamos estos días a decenas de cargos públicos hablando de crisis, huelgas, subidas de la luz inevitables, ajustes, recortes, adecuaciones u optimización, al menos sabremos que si estamos como estamos es porque nuestros cerebros están hechos para creérselo todo.