Estaba leyendo el sábado la contraportada de La Opinión, la entrevista de Bugallal a la juez Purificación Pujol y lo que más me llamó la atención fue el final de la misma cuando se enfocó al lenguaje sexista, cuando a Pujol le parecía ridículo las sentencias de «los hijos» y «las hijas», cuando la juez preguntó a la entrevistadora si tenía algún compañero periodisto.

Aprovechando la polémica que arrastramos desde hace tiempo y que en las últimas semanas se ha ido avivando, puedo escribir unas líneas para expresar mi parecer sin que me puedan tachar de machista, haciendo mías opiniones como las de la autora de Un divorcio elegante o de mujeres tan célebres como Rosa Montero o Almudena Grandes, que utilizan el lenguaje de Cervantes tal como nos lo enseñaron en el colegio. Con el aval de ellas podemos opinar aunque no sea políticamente correcto de aspectos varios.

Es normal que el personal de las distintas comisiones, secretarías y demás departamentos dependientes de Igualdad defiendan la práctica de un lenguaje menos genérico, de hecho es su trabajo, se tienen que justificar, cobran por ello, por esta defensa, a veces a ultranza, de democratizarlo (por supuesto, también pienso que están convencidos de ello). Pero ese dirigismo que se pretende se está convirtiendo cada vez más en una imposición siendo contraproducente en el resultado global.

El machismo no es cuestión de lenguaje, sino de actitud. El problema radica en la doble moral, esa en la que se dice una cosa y se hace otra. Esa en la que el marido dice a su esposa «cariño, no se te ocurra irte con tus amigos y amigas a tomarte una copa al bar de los hermanos y hermanas Ramírez porque tu sitio está en tu casa, con tus hijos y tus hijas». A ese señor es el que hay que temerle y no al que utiliza el lenguaje genérico, así de simple y de sencillo. Así de terrible.

A vueltas con el lenguaje sexistaAntonio Villalba MorenoChurriana