Sí, parece que fue ayer cuando veíamos pasear a nuestros cachorrillos con las palmas en las manos y los mantos llenos de cera. Esta semana ha tocado hacerlo a sus hijos y nos ha dado un escalofrío: «¿Cómo es posible que el tiempo pase tan deprisa?». No busquemos culpables y hagamos memoria. Comprobaremos que hace sesenta años no teníamos móviles chulísimos, ni falta que nos hacía, teníamos un Seat y lo cambiábamos cuando se estropeaba de muerte. Nuestros mayores se cubrían con sombreros de fieltro y chalecos para ir a tomar café a la calle Larios en el mes de julio y la mayoría de nuestros paisanos se las ingeniaba para poder comer las porquerías que nos enviaban nuestros queridos amigos del mundo.

Hoy es distinto. Muy distinto. Olvidemos la amenaza de la crisis, por unos días, porque ésta se irá como la paloma de la copla y vendrán tiempos mejores. Esto no quiere decir que hasta ahora hayamos vivido por encima de nuestras posibilidades –me temo que sí– ni que tiempos pasados fueran mejores.

Fue lo que fue y ahora vivimos como podemos ¿Qué hay cosas que podrían ir mejor? ¡Claro! También peor, no lo pongamos en duda. Pero nuestras pautas de respeto y de buena convivencia, esas que procuraremos mantener por respeto a nuestros ancestros, no deben cambiar porque las hemos mamado en nuestras respectivas casas.

Vivamos las fiestas y disfrutemos de la primavera que acaba de empezar. Veamos la ciudad no como está, sino como quisiéramos que estuviera. Pasada la Semana Santa afilaremos los lápices y arremeteremos contra los inútiles de turno. Hoy, haya Paz.