Las alusiones españolas de Sarkozy suenan a desesperación. El primer día que nos emparejó con Grecia como ejemplo del riesgo que Francia no puede correr (bajo gobierno socialista, bien sur), coincidio con la aparición en «Le Monde» de la encuesta Ipsos que le da perdedor en las presidenciales de mayo, con 10 puntos de ventaja a favor de Hollande. La primera vuelta repartirá el voto entre las diez opciones concurrentes, con dos puntos a favor del presidente sobre el candidato socialista. En segunda vuelta, el reagrupamiento del sufragio atribuye al aspirante una mayoria del 55% y deja al titular en el 45%. Hollande sumará a los suyos el 80% de los votos conseguidos en primera por el izquierdista Melenchon, el 40 del centrista Bayrou y –sorpresa, sorpresa– hasta el 16 de la ultra Marine le Pen. A Monsieur Sarkozy le viene grande el Toisón de Oro recientemente otorgado por el rey de España, y grandísima la propia Francia en crisis. Desde De Gaulle hasta hoy, pocos presidentes de la V República han tenido, como él, un solo mandato. Ya puede compararse con Bush padre.

¿Cómo compensar la irresistible ascensión del socialista? Pues entrando a saco en la verdad y la objetividad. España no ha pedido el rescate de la UE, mientras que Grecia se prepara para el tercero después de que el presidente derechista impuesto para evacuar a Papandreu no durase ni dos telediarios. E Italia, que ha sufrido a Berlusconi hasta el nombramiento, que no elección, de Monti, ni siquiera es citada como ejemplo del desastre que el francés atribuye a Zapatero.

Increiblemente, pues, Sarkozy se apunta al disco rayado de la «mala herencia» que repite Rajoy cuando se asusta del efecto de sus medidas y reformas. Buen termómetro, éste, de la vacilante fe del español en sí mismo. Y extraña, muy extraña, la alegría con que el PP interpreta los deslices del francés como excluyentemente referidos al pasado gobierno de Zapatero, aunque los españoles seamos los mismos, víctimas potenciales, hoy como ayer, de la desconfianza agravada por la frivolidad del inqulino del Eliseo. Para calificar todo esto basta una palabra, igual en francés que en castellano: deplorable.