El fútbol es un lenitivo para la maldita crisis que padecemos. La gente olvida momentáneamente los problemas en cuanto gana su equipo. La cosa funciona asi: cada aficionado suele tener dos, o a lo sumo tres equipos: el primero es el de su ciudad y/o uno de los dos grandes, Barça o Madrid. El otro, común a todos, es la Selección Nacional. El efecto narcótico de felicidad colectiva solo funciona cuando juega y gana títulos el equipo de todos que es «La Roja», llamada así por el color tradicional de la camiseta. La conquista del título mundial hace dos años es el recuerdo más fantástico del deporte español. Y todavía hay muchos españoles que siguen nutriéndose de la añoranza de aquel gozo alcanzado en la lejana Sudáfrica.

Quizá sean menores las sensaciones de satisfacción y júbilo que proporcionan los triunfos de España que las que dan a sus respectivas aficiones el club azulgrana y el club blanco, que, como todo el mundo sabe, arrastran exageradas dosis de pasión y visceralidad. Pero, a cambio, la Selección expande sus éxitos a todo el país, une a los españoles bajo un solo color y elimina automáticamente los demás colores. El fenómeno es de tal magnitud que el fútbol, y no sólo en este caso, trasciende de lo meramente deportivo hasta alcanzar la irracionalidad de lo patriótico, como si fuera, que lo es en realidad, una lucha tribal.

España no es una excepción ni tampoco lo es el hecho de que se utilice un espectáculo de masas para distraer al personal cuando los problemas o la escaseces amenazan de forma desesperada. Los ingleses, desde que dejaron su Imperio y desde Las Malvinas, ya no pueden mandar a sus jóvenes a desfogarse en guerras lejanas. ¿Cómo arreglan esa carencia formativa? Muy sencillo. Los envía al continente con sus equipos de la Premier. Ahora no son soldados de la reina, ahora se llaman hooligans. Causan los mismos destrozos que en tiempos de la Commonwealth, provocan casi las mismas desgracias, pero técnicamente no hacen la guerra.

En cuanto a la fórmula ideal para distraer a las gentes, los césares romanos inventaron o practicaron magistralmente el espectáculo gratuito del pan y circo. Gladiadores y animales (en el más amplio sentido de la palabra) entretenían a las multitudes que, de esta forma, olvidaban sus penalidades, su esclavitud y sus miserias. En tiempos más recientes, el régimen franquista neutralizaba los planes subversivos para el 1 de Mayo poniendo en la tele los mil goles de Pelé. Nada hay nuevo bajo el sol.

Hace unos días tuve el placer de presentar a Vicente del Bosque, seleccionador nacional de fútbol, en una charla coloquio. La descripción del acto ha circulado y circula por las redes sociales. Fue muy interesante y no creo que haya que reiterarla de nuevo. Pero lo que quiero resaltar aquí es que hacía años que no asistía a una conferencia en la que el público, más de doscientas personas, era tan representativo de la sociedad y acudía tan excitado a una representación de tipo cultural, aunque el tema principal era el fútbol. Había gente mayor y gente joven, mujeres y hombres. Y había niños. ¿Qué producía la irresistible convocatoria de una conferencia que se celebraba en horario casi coincidente con el Barça en Champions y en un lugar lejano al que había que llegar en coche? Obviamente, el atractivo era la presencia del seleccionador que ha llevado a España a la conquista de su primer Campeonato Mundial. Un solo color, el color de «La Roja», anulaba al resto de los colores. Todos recordaban que el 11 de julio de 2010 España se había proyectado al mundo con una imagen nueva, potente, de gran país. Pero tamaña exhibición no es exclusiva de los españoles. Idéntica transformación se ha producido en países del primer mundo como, por ejemplo, Alemania, Italia, Inglaterra o como en la culta Francia cuando, en 1998, ganó el Mundial (en su propia casa) y la prensa seria soltó titulares del calibre de «Francia multirracial» o de «Orgasmo tricolor».

Así es que está haciendo falta que «La Roja» salte cuanto antes a los terrenos de juego, gane sus partidos y regrese victoriosa a las calles de Madrid para ser vitoreada y aclamada por millones de compatriotas. Ya que no corren buenos tiempos para casi nadie (excepto para especuladores, banqueros y demás gente de buen vivir), sería justo y hasta necesario que el fútbol nos emocionara de nuevo, nos diera ánimos y nos hiciera saltar de alegría. Es trascendental que la Selección gane en junio la Eurocopa. Nos jugamos la tristeza.