A la vista del resultado de las elecciones autonómicas, podríamos considerar a los andaluces como unos radicales que van en contra de todo pensamiento lógico y parecen estar practicando alguna nueva forma de arte político. Ésa es, desde luego, una de las posibles lecturas que pueden hacerse de los resultados electorales de hace un par de semanas. Pero no porque un ciudadano no pueda o no deba votar aquello que le venga en gana, sino porque estos resultados nos obligan a reflexionar acerca de las razones por las cuales se vota lo que se vota. Se trata de una reflexión que interesa, para empezar, al partido que no ha logrado su objetivo de desalojar al socialismo gobernante, cuando más cerca parecía de conseguirlo, pero que nos sirve a todos para comprender mejor el lugar donde vivimos.

Se ha dicho que los andaluces han optado por dar a la izquierda un mandato de oposición ante la hegemonía conservadora y la consiguiente política de austeridad impulsada por el gobierno central. Vale. Pero convendría tener cuidado con las metáforas, especialmente con aquella que atribuye a un pueblo entero una capacidad decisoria que corresponde a los individuos. Son individuos quienes votan, sin saber qué votan los demás o sólo lo que vota su señora, de manera que es la suma de esas preferencias particulares las que terminan por dar un resultado final que no responde a ninguna «voluntad popular» en sentido estricto. Para comprender esto, basta pensar en cuántos andaluces no habrían cambiado el sentido de su voto si hubieran sabido que Andalucía va a vivir en un laboratorio sociopolítico con la entrada de IU en el gobierno.

Desde luego, las sensaciones posteriores al escrutinio habrían sido muy diferentes si la derrota socialista no hubiera sido descontada, a la vista de los sondeos, incluso por los propios socialistas. De donde se deduce que muchos ciudadanos han ocultado el sentido de su voto, porque sentían vergüenza de apoyar a un partido directamente relacionado con formidables escándalos de corrupción. Es interesante comprobar, a este respecto, que los votantes socialistas han expresado su descontento de dos formas: convenciéndose a sí mismos de que el cambio político era necesario, pero negándose a propiciarlo; o apoyando a un partido como Izquierda Unida, que supone un cambio, pero menos. Naturalmente, esto viene a demostrar que el trasvase de votos entre socialistas y populares prácticamente no existe. Y eso tiene que ver con la rigidez de un electorado que tiende a establecer sus líneas divisorias como si fueran trincheras de guerra.

¿Son los resultados, entonces, un fracaso del Partido Popular liderado por Arenas? Mucho se ha dicho al respecto. Parece haber consenso en torno a su fallida campaña, basada en un no decir mucho ni levantar la voz, esperando que, al igual que sucediera en las elecciones generales, cayera madura la fruta del descontento. También se ha repetido que las medidas adoptadas por Rajoy llevaron a la decepción a los simpatizantes populares, como demostraría el número descomunal de votos perdidos por Arenas entre noviembre y marzo. Sí, quizá la estrategia no fue la más brillante. Pero probablemente estaríamos diciendo lo mismo si los hubieran seguido el camino contrario.

En realidad, no es ésa la cuestión. Hay que preguntarse más bien cuál es la percepción que tienen los ciudadanos de la realidad política y en qué medida conocen la verdadera situación por la que atraviesan ahora mismo España y, por extensión, Andalucía. Porque estamos arruinados y sostenidos por el Banco Central Europeo. ¡Aunque no se diga! Si Rajoy, cuya ausencia de la escena pública es clamorosa, lo dijera, la prima de riesgo se dispararía; pero tampoco puede sostener lo contrario, porque mentiría y contribuiría a perpetuar la inmadurez política de los españoles. Ahora bien, si los ciudadanos andaluces, incluyendo a quienes han retirado su apoyo a los populares desde el mes de diciembre, rechazan las medidas adoptadas por el gobierno, ¿qué esperaban? Y si lo que quieren es que una gran coalición autonómica de izquierdas constituya de hecho la oposición al gobierno central, ¿le damos a la máquina de imprimir billetes y asunto resuelto?

Lo dicho, nos hemos descolgado del resto de España y somos arte de vanguardia. A ver qué sale.