Como un repiqueteo constante y lejano aún seguimos oyendo el tambor en nuestros oídos de manera constante. La celebración de la Semana Santa ha tocado a su fin y sus sonidos y olores han quedado prendidos en nuestras ropas y mentes. Quizá en algunos momentos nos hemos abandonado a los ritmos, la iconografía y el espíritu de los actos de la religiosa celebración, quizá –como nunca– este país ha querido evadirse para no pensar en el día a día de la prima de riesgo, la persistente caída de la bolsa o las apreturas de los Presupuestos Generales del Estado.

Como un tambor, Soraya Rodríguez desgrana en nombre del PSOE la nueva escenificación a lo Poncio Pilatos de los socialistas, que se lavan las manos del estado de cosas en que dejaron el Gobierno y sus cuentas para pasar –casi sin despeinarse– a escandalizarse públicamente de una situación cuyo origen y antecedentes tienen mucha prisa en olvidar. Abocados como estamos a recortar gastos e inversiones, nuestros socios europeos reciben cada medida entre la palmada en la espalda de la felicitación y el dañino comentario público de la duda. La doble condición española de socio y competidor requiere probablemente de consejos, condiciones y tarascadas. Dispuestos a cumplir con las condiciones en el techo del déficit y atentos a los consejos con voluntad de atender solo los que procedan, recibimos las tarascadas casi sin sorpresa y ciertamente desagradados por ellas. Las acciones tendrán que ser las correctas y el respeto necesitamos generarlo y obtenerlo cuanto antes. Largo camino cuya persistencia ha de devolvernos al crecimiento económico y la generación de empleo.

Como un tambor, el alcalde de Marinaleda y diputado autonómico, Juan Manuel Sánchez Gordillo, amaga una y otra vez con no apoyar a un gobierno socialista en Andalucía si no se firma un pacto para emplear a todos los parados andaluces o no se crea un banco público de dinero y de tierras. Consultar a las bases y poner sobre la mesa condiciones de extremo cumplimiento son los redobles que la IU andaluza parafrasea estos días, dejando claro que el PSOE debe darse por preso o no gobernará. Valderas, el líder de esta fuerza izquierdista, interpreta cuidadosamente su guión para arrancar las mayores cesiones posibles a unos autopretendidos socios que, tras las elecciones del 25-M, aún respiran con dificultad entre cada bocado de tarta de celebración por su alegre y brillantísima derrota.

Como un tambor, el PSOE de Griñán descarta cualquier tipo de entendimiento con el PP porque prefiere articular una «mayoría progresista de izquierdas» y, sin embargo, hay más espacio entre las políticas que postula IU y los socialistas que el que le separa de los populares. Iluso suena cualquier planteamiento encaminado a proponer el gobierno de coalición PP-PSOE en Andalucía cuando realmente sería dar el paso más constructivo y más acorde con el interés de todos e incluso con el mandato de las urnas. Y es que, dejando a un lado el partidario interés en el que tanto socialistas como populares querrían gobernar en solitario, los votos han dicho otra cosa. Y si la tentación de conformar un mayoría parlamentaria, con gobierno de coalición o no, puede ser grande, la letra y el espíritu de las exigencias de IU nos devuelven a la realidad de tal modo que será irresponsable y hasta negligente articular un ejecutivo cuyos compromisos sean gravemente onerosos y contrarios a los objetivos que España necesita y se ha comprometido a cumplir para salvar la actual situación. Andalucía es demasiado grande como para no comprometer al resto del país si no navega en el sentido debido.

Como una flauta solitaria y, por momentos, algo desafinada Pérez Rubalcaba insiste en una línea argumental desahogada que a más de uno le parece que transita hacia un deseo inconfesable de fracaso colectivo nacional. Sin duda se trataría de una acción opositora confundida rayante en la deserción. Javier Arenas ha ofrecido al PSOE un diálogo para el entendimiento. Es una invitación responsable y fiel intérprete de los resultados electorales y de la situación y los momentos que vivimos. Desoír la propuesta, rechazar el diálogo y la posibilidad de intentarlo es el resultado de una actitud miope, egoísta y reaccionaria que inevitablemente dibujará un horizonte dudoso o hasta puede que muy oscuro y perjudicial para los intereses de todos. Es el sonido de duelo y lamento por la razón perdida. El repique de un tambor triste y derrotado.