Todos los cumpleaños son emotivos. Pero las bodas de plata lo son aún más. Tal vez porque al celebrarlas las personas hacen memoria y son más conscientes del camino recorrido, de los cambios, de los sueños, de las expectativas que se cumplieron y las que no, de los deseos de futuro. Los edificios, los espacios, también cumplen años pero a nadie se le ocurre sorprenderlos con una fiesta sorpresa. Sin embargo, el caso del Teatro Cervantes es diferente. El ayuntamiento, que lo adquirió en la época de alcalde Pedro Aparicio, quién encargó a José Seguí la rehabilitación de la obra de Jerónimo Cuervo y la modernización de la arquitectura escénica, está preparando una celebración que pronto presentará Charo Ema, su actual directora. Igual que ha hecho, hace unas pocas semanas, el Ateneo con un ciclo de mesas redondas, organizado por su primer gerente, Carlos de Mesa, con profesionales vinculados estrechamente a aquella inauguración de 1987 que supuso el progresivo despegue cultural de la ciudad. Sabemos que el teatro es el reflejo de la sociedad y también que un teatro hace ciudad. Esto último lo certifica la ebullición de aquel año en el que la plaza de Marina estaba envuelta en el ruido de las obras, en el que Tecla Lumbreras alumbraba la modernidad desde el Colegio de Arquitectos, donde se anunciaba la apertura de la Fundación Picasso y los poetas, pintores, músicos y políticos ponían ilusión y trabajo para que Málaga tuviese en la oferta cultural una importante seña de identidad.

Ese objetivo propició que el Teatro Cervantes apostase por la creación de una excelente Orquesta Sinfónica y una atractiva programación de teatro y danza. A partir de aquel 1987, fueron pasando por su escenario espectáculos fantásticos de la mano de Maya Pliesetskaya, de Bob Wilson, de Lindsey Kemp, de Jan Fabré, de los inconmensurables José María Rodero, Alberto Closas y Nuria Espert, de Stephan Grapelli, Ray Charles, Ian Anderson y Bryan Ferry entre otros maestros que participaron en el Festival de Teatro Internacional que dirigió Miguel Romero Esteo; en el Festival de jazz orquestado por Javier Domínguez, un blanco con corazón de negro; y de los responsables de la programación lírica y musical que fue elevando progresivamente el nivel en aquel escenario, cuya sala regía con elegancia Roque Pineda, frente al que nos curtimos una joven generación de periodistas, críticos y profesionales como Domi del Postigo, Héctor Márquez, Javier Cuenca, Montse Martin, José Antonio Sedeño, Juan Hurtado, Rafael Torán, Miguel Gallego, Mercedes León, Juan Manuel Lara, Antonio Navajas, Tomé Araujo y Fernando Lima entre otros. Sin olvidar la profesionalidad y cercanía de su jefe de prensa, Andrés Merodio, y de Francisco Rodríguez que años más tarde sería director del Festival de Teatro entre otros muchos nombres que también cumplen años de memoria y trabajo con el Cervantes.

A la sombra del Cervantes se produjo un eco expansivo de nuevos espacios escénicos como la sala Gades, el Cánovas o la reciente recuperación del Echegaray, además de acercarse a los barrios con la programación de la Carpa que apoyó el trabajo de las compañías malagueñas. Más tarde, la programación, criticada por un sector tradicional de la ciudad que la tachaba de elitista, se hizo más popular y a la vuelta de la esquina apostó, a través del concejal Antonio Garrido y de su gerente Salomón Castiel, por la creación del Festival de Cine Español. Una excelente oferta que mantuvo el nivel hasta hace una década en la que tanto el cine como la lírica empezaron a bajar el listón.

Veinticinco años después, Málaga tiene una buena oferta museística, es referencia en el mundo literario nacional e internacional, al igual que en las artes plásticas y mantiene un notable Festival de teatro. Pero la crisis económica y la austeridad política y empresarial consideran que la cultura es prescindible, y los recortes amenazan seriamente con tirar por tierra lo conseguido en este largo de tiempo. Esperemos que hagan un esfuerzo colectivo para que la calidad de la oferta literaria, escénica, plástica y musical continúen haciendo ciudad, educando a sus habitantes y proyectando una Málaga del siglo XXI que vuelva a tener en el Cervantes un puerto, un ágora, un escenario de sueños y magia. Felicidades, querido Cervantes.