Justo antes de su discurso del miércoles ante la American Society of News Editors, llegaban noticias de que el favorito presidencial republicano no iba a permitir aproximarse a los fotógrafos a menos de 40 metros mientras intervenía.

La prensa protestó, destacando que el presidente Obama, dirigiéndose al mismo foro el martes en la misma estancia del Marriott Wardman Park, permitió trabajar a los fotógrafos a unos cuantos metros; pero la campaña de Romney rechazó de plano la petición.

«Hice las fotos del concierto de Springsteen y estaba más cerca», se quejaba un fotógrafo veterano mirando a través de su objetivo de 600 milímetros, el tipo normalmente utilizado en los partidos de fútbol.

La yuxtaposición –el cercano Obama frente al distante Mitt Romney– fue un indicio idóneo de la campaña presidencial. Según todas las versiones (menos, a lo mejor, la de Rick Santorum), las victorias de Romney el martes garantizan casi por completo su elección, lo que convierte a esta semana en el inicio oficioso de la campaña de las generales. Los discursos de Obama y Romney a los editores reunidos en jornadas sucesivas son el aperitivo de sus divergentes estilos de campaña.

Obama se dirigió al colectivo durante una hora clavada y fue relativamente disperso, haciendo bromas del episodio del Telesketch de la campaña Romney y el momento en que su intercambio privado con el presidente ruso, Dmitri Medvédev, fue captado por un micrófono abierto. Romney habló durante la mitad de ese tiempo, dando lectura a un asalto devastador contra el presidente desde un teleprompter. Cuando abandonó el guión, durante la sesión de ruegos y preguntas, siguió volviendo a las necesidades de la América corporativa.

Preguntado por la crítica al discurso de Obama, Romney pronunciaba la frase: «Hace sólo un par de días, vi un artículo en el Wall Street Journal...». Preguntado por la razón de que vaya 18 puntos por detrás de Obama entre las mujeres, Romney pasó a dar un recital de la reacción del sector privado a la reforma sanitaria «Obamacare», la reforma del sector financiero, las propuestas de régimen de intercambio de emisiones y las decisiones sindicales. «La economía es simplemente la suma de todas las empresas de América», decía Romney a los editores, una réplica de su anterior afirmación de que «las multinacionales son personas».

La actuación, aunque estirada, no fue desde luego de las peores de Romney. Por primera vez pudo alejar su atención con seguridad de los rivales republicanos, lo que le permitió poner a salvo al presidente durante el grueso de su intervención.

Obama «dará a conocer su verdadera postura sólo después de las elecciones», afirmaba Romney, y se está valiendo «de una distracción para apartar la atención de su trayectoria». Obama «aplazó la recuperación y la hizo anémica», implantó «la madre de todas las partidas presupuestarias extraordinarias», se disculpa «por América en el extranjero» y dio dinero «a sus amigos y donantes de campaña de empresas como el fabricante de placas solares Solyndra».

El bombardeo fue amplio: «déficit billonario… la mayor subida tributaria de la historia… desaparición del programa Medicare de los ancianos que conocemos… inacción en materia social… campaña oculta». Acusaba Romney: «Casi te hace añorar los días en que el presidente lideraba a la zaga simplemente».

Se trata de una línea de ataque fuerte, y algunas de las acusaciones tienen la virtud de ser ciertas. Pero no está claro que los votantes vayan a darse cuenta del contenido a través del estilo agitado de Romney.

Romney salió con música de Sousa e inmediatamente intentó unas cuantas bromas estándar. Dijo que el personal de prensa de su campaña y él «han sacado los trapos sucios juntos, a veces literal y figurativamente en la misma medida». Sacó a la luz su afiliación al programa Medicare de los ancianos. Recordó el discurso de Johnson de que si se pusiera a caminar sobre las aguas, el titular de la prensa rezaría «El presidente no sabe nadar». Hasta sacó al jugador Yogi Berra: «Hacer pronósticos es muy difícil, sobre todo en lo relativo al futuro». Todo se encontró con una risa fingida.

Calentó a su audiencia además denunciando el uso de fuentes anónimas. Preguntado por la «ley de protección» de fuentes confidenciales, Romney mostró oposición: «No gustaría conocer la opinión de la gente del sector».

Pasar la pelota al sector es el sello de Romney. Hasta sus ideas en torno a la diferencia por sexos en los sondeos están sacadas directamente de las reuniones de campaña.

«Prácticamente cada medida que ha adoptado el presidente dificulta que la pequeña empresa decida crecer en América o que las grandes empresas permanezcan aquí», decía, prometiendo crear «el mejor de los climas para el sector privado en el mundo: pequeñas y grandes empresas, emprendedores, innovadores, creadores de empleo de todo tipo». Prolongó su respuesta en torno a la diferencia entre sexos citando las opiniones del responsable de Coca-Cola sobre China.

El candidato es consciente claramente de su déficit de estilo, porque cerró con el deseo de que en noviembre «nuestra elección no sea entre el partido y el personaje». ¿Y si la campaña la decide el personaje? Parafraseando al jugador Yogi Berra, Romney estará en una desbordante desventaja.