Nada más verse, la gente no se pregunta por los niños sino que se cuestiona acerca de la prima de riesgo. Hablando de ello, la Familia Real no quiere dejar de ser la primera de entre las españolas y de ahí que sea de las más expuestas. Es que no se libra de una últimamente. Hasta hace nada cualquiera era el guapo que se atrevía a contar algo de las interioridades y este es el día en que se ha convertido en una sección fija con estampas a cual más sonada como lo fue la comparecencia de su majestad doña Espe.

Cuánto boato le echa al asunto, total para no aportar novedad alguna sino para poner un rictus de rigor mortis que no cuela mientras suelta una serie de lugares comunes. Una presidenta que reivindica vaciar el Estado autonómico al que representa sería noticia si no fuera porque, cuando formó parte del que ahora quiere salvar a la desesperada, ya vació de contenido el Ministerio de Cultura reivindicando la figura de Sara Mago antes de que el escritor portugués no tuviera más remedio que dejar de ser el guerrero contra las desigualdades que siempre fue. La presidenta madrileña también necesita que la rescaten. Le van a hacer purgar con creces las ínfulas de ir a por el jefe cuando éste anduvo débil.

Dio no sé qué verla sacar la cara por Rajoy y poner su granito de arena para que el inquilino del limbo continúe refugiado sin salir a explicar ninguno de los paquetes dispuestos ni a decirle al país qué le aguarda de verdad a la vuelta de la esquina, que para eso ya va cada ministro a su aire contruyéndonos una buena Torre de Babel. Y, con todo quisque sumido en la angustia, salió a hablar el que faltaba que no es otro que Karanka, claro. Lo fácil que lo tenía para dejarse arrastrar por la ola general e intentar pasar desapercibido y hasta solidario y, sin embargo, sus palabras fueron tajantes: «No hay ninguna intranquilidad ni ansiedad». Entre la política de comunicación de la Moncloa y la de la Casa Blanca, tampoco es fácil discernir cuál resultará la ganadora.