No estaba conmigo, estaba con su padre», declaró la infanta Elena al ser preguntada por su hijo Froilán. Patapúm p'alante al estilo Javier Clemente, y ahí la dejo, que la remate quien quiera. Froilán, el chico que se disparó en el pie, no quiso dejar la oportunidad de ser tan Borbón como su abuelo. «Un tiro se nos escapa a cualquiera». Claro, tito Álvaro, claro. Pero lo de los tiros en el pie no solo es cosa de Borbones, también la casta política se precia de herirse con el fuego amigo (menuda gilipollez de eufemismo, ya).

Hubo una vez, dicen, un tipo elegido como parlamentario andaluz que hizo las cosas bien. Mantuvo su imagen de tipo intachable –porque, como la mujer del César, no solo hay que ser honrado, sino también parecerlo en este noble arte de la política– y pudo servir como ejemplo para otros políticos, compañeros de cámara, que entendían y entienden la política como un buffet libre donde ponerse tibios hasta decir basta. Pero él no era de esos. Su partido, experto –parece– en pegarse tiros en el pie, decidió que no era interesante contar con un currela de la política que se había pegado cuatro años dando el callo en donde le habían mandado, todo por la maldita casualidad que hizo que los andaluces votaran tanto a su partido que, pese al castigo de ir hundido en la lista, saliera como representante de los electores malagueños.

Solo hay una cosa peor que caer en desgracia a alguien con rencor, y es que además de eso tenga poder. Lamentablemente en la política el tiempo no pone las cosas en su sitio, pero a la vista de los resultados electorales, parece que el karma se ha cobrado alguna factura.

No se trata de tener cuidado con las armas, que per se no son peligrosas; con lo que hay que tener cuidado es con quien está al otro lado de ella. Hay gente, como Froilán, que no está capacitada para usarlas. Luego pasa lo que pasa. ¡Pum! Y al hospital.