En un momento como éste en el que la izquierda cada vez tiene ante sí más muros desmoronados, y no precisamente el de Berlín, sobre todo, en el caso de España, no le vendría mal recordar su pasado republicano a la hora de reconstruir su discurso. En un momento como éste en el que ni siquiera los medios más cortesanos pueden ocultar que las nuevas generaciones no son nada proclives a la Monarquía, no hay argumentos muy sostenibles para rehuir el debate sobre la forma de Gobierno, que no de Estado, en España.

Lo cierto, sin embargo, es que la izquierda de siglas, o sea, el PSOE, seguirá reivindicando su apego a la II República, pero en momento alguno está por la labor de reivindicar la tercera. Y, en cuanto a IU, como tengo escrito en más de una ocasión, hora va siendo ya de que deje bien claro si su bandera es la tricolor, o si sus símbolos continúan siendo la hoz y el martillo, pues se trata de muy distinta cosa.

En un momento como éste en el que la izquierda tiene en su mano el Gobierno andaluz y cuenta con serias opciones de hacerse con el Ejecutivo autonómico en Asturias, una meditación sobre su supuesto republicanismo no vendría nada mal.

En cuanto a Andalucía, lo cierto es que, tras gobernar el PSOE durante más de tres décadas, la reforma agraria, que en su momento acometió la República, sigue siendo una asignatura pendiente. Y, en lo que toca a Asturias, alguien debería preguntarse si no colisionan muy seriamente lo que significan sus siglas con la actitud cortesana de muchos de los que se declaran izquierdistas de pro, actitud cortesana que en algún caso ha llegado a derivar en una política cultural basada en el famoseo y en los chiringuitos creados alrededor de la susodicha actitud.

Republicanismo español, digo, entre cuyos rasgos distintivos se encuentra una inequívoca apuesta por un Estado laico, por una enseñanza pública que no renuncia al «sapere aude» kantiano, así como por una ética y estética en la vida pública, abismalmente alejadas de un bipartidismo caciquil que cada vez recuerda más a la Restauración canovista. Republicanismo español, digo, que apenas tiene quien lo reivindique en lo que esencialmente es en cuanto a la dignidad ciudadana, frente a una mal llamada clase política que parasita privilegios de una forma escandalosa también por parte de la llamada izquierda de siglas. Fíjense, a este propósito, en la cita que encabeza el presente artículo, extractada de un discurso de Azaña pronunciado en Valladolid en 1932.

Republicanismo español, digo, que tan sólo es recordado como un Estado, el que se proclamó en 1931, al que apenas dejaron gatear, pues prácticamente no tuvo tiempo de iniciar su andadura.

Republicanismo español con el que la izquierda debería reconciliarse. Primero, históricamente, recordando que Largo Caballero fue mucho más comprensivo con Primo de Rivera que con la propia República. Recordando que Prieto en su momento no se negó a negociar con el padre del actual monarca, si bien exigió mucho más que Felipe González. Recordando que los objetivos que perseguía el azañismo estuvieron muy lejos de ser coincidentes con los que movían al PCE. Recordando, en fin, que la Monarquía actual fue puesta e impuesta por Franco, que hasta el momento no hubo un referéndum en el que la ciudadanía pudiese pronunciarse sobre la forma de gobierno.

Y, en un momento como éste, de desapego y desafección hacia la vida pública, el republicanismo español debería ser, como mínimo, tenido en cuenta por una izquierda que no sólo no tiene políticas acordes con sus siglas, sino que ni siquiera esboza un discurso claro frente al imperio de unos mercados que no dejan de agredir al estado del bienestar y, con ello, a la dignidad ciudadana.

Hora va siendo ya de que el debate se ponga sobre la mesa. Hora va siendo ya de que la izquierda de siglas se replantee su significado a día de hoy, más allá de declaraciones generosas hacia un Estado que es historia.