El refranero castellano, en uno de sus arrebatos absolutistas, dice que de madre no hay más que una, dando a entender que la maternidad es más fácil de establecer que la paternidad. La primera es un hecho constatable en el momento del parto, y la cadena de custodia del bebé, que hasta hace pocas décadas no se separaba en ningún momento de la madre, daba unas ciertas garantías de seguridad. En cambio, la identidad del fecundador del óvulo era cuestión más difícil de dilucidar, y de ahí vienen los antiguos chistes sobre el parecido entre la fisonomía de los niños y la de un vecino, un amigo o un repartidor.

El código napoleónico prohibió la investigación de la paternidad, lo que permitía a los calaveras ir embarazado damas sin obligación de mantener el fruto de sus aventuras, pero al mismo tiempo garantizaba unos apellidos a todo hijo nacido dentro del matrimonio, aunque que hubiera sido engendrado al margen. Los padres solteros no existían, las madres solteras eran socialmente rechazadas, y sus bebés enviados a la inclusa. Sin necesidad de código napoleónico, y según se ha conocido últimamente, en este país muchas madres solteras fueron inducidas a renunciar a sus hijos en el mismo momento de engendrarlos, para ser incluidos en una red de adopciones ocultas. Cientos, quizás miles de personas no son hijos de quienes siempre han considerado como a sus padres. Madre no hay más que una dice el refrán, pero a veces no es la que pensábamos. ¿Deberíamos entonces decir que hay dos?

¿Cuántas madres intervienen en la adopción de un niño cedido, abandonado o robado? ¿Cuántas en un caso de vientre de alquiler? Hoy, la ciencia ha puesto a nuestro alcance las pruebas de ADN, y tanto la paternidad como la maternidad son fácilmente investigables. Al mismo tiempo, las técnicas de fecundación asistida permiten a las mujeres quedar embarazadas de hombres que no conocen, y que han depositado su semen en un banco de esperma. En principio se garantiza el secreto sobre la identidad, pero a base de investigar muchas cajas cerradas se acaban abriendo. Es así como se ha sabido que el médico británico Bertold Wiesner podría ser el padre de 600 criaturas, ahora hombres y mujeres adultos de entre 49 y 69 años. No es que Wiesner fuera un semental extremadamente promiscuo, sino que dirigía una clínica de fertilidad en Londres de la que él mismo se constituyó en el principal donante de esperma. La clínica ayudó a nacer a 1.500 niños, y más de un tercio podrían tener el doctor como padre biológico, aunque sin haber «conocido» a la madre, en el sentido bíblico del verbo conocer. Quizás hoy de madre hay más de una, pero seiscientas personas podrían decir «este médico es mi padre».