Es muy triste comprobar como la crisis, esa mala madrastra que nos ha caído en suerte, sigue amenazándonos más que el padre Santiago cuando nos pillaba hablando en Semana Santa.

Algo habremos hecho mal para que estas cosas nos ocurran, pero no sólo nosotros, vecinos de este lugar sin igual llamado Málaga. Y es que –según dicen– hay una señora que vive en un país, según miramos el mapa de España, a la izquierda y que usa unas chaquetas de colores brillantes, pantalones negros y calza zapatos de tacón bajo, que –según he oído– el marido no se atreve a darle los buenos días si antes no se ha protegido con una armadura, que nos tiene atemorizados con quitarnos hasta las tapitas con las que disfrutamos los domingos. No se lo vamos a permitir.

Hablando de cosas más decentes, la Semana Santa pasó –un año más– y el tiempo –malo en casi toda Andalucía– nos ha respetado. No ha sido suerte, es que somos muy buenos y la bondad casi siempre se premia, según decía la inocente de mi difunta abuela, aunque yo, que ya era una rabúa, lo pusiera en duda.

Los restaurantes y los chiringuitos –todo no van a ser penas– han estado más concurridos de lo que se esperaba, pero la fiesta se acabó y hemos hecho arqueo: una ruina.

No apurarse, amigas, saquemos el baúl de las abuelas y empecemos a probarnos cosas que hace quince años usábamos. ¿A que la moda es la misma? Y si no es así implantemos una nueva forma de vestir: la de los años ochenta.

Era bonita, nos hacía muy jóvenes y ya casi nadie se acuerda de ella. Y sonriamos. Que no nos falte la sonrisa en nuestra cara, que para mala cara la que luce en estos días el presidente del Gobierno. ¿Qué esperaba el inocente?