Cada vez que sale Sarkozy poniéndonos a caer de un burro para hacerse la campaña electoral me entra el pánico. A ver. ¿No hay alguien capaz de hacerle callar? Él habla de lo bien que anda Francia frente a lo mal que anda España y ¡pam!, sube la prima de riesgo, les entra el tembleque en Europa y aquí se vuelven locos anunciando recortes millonarios donde más nos duele, lo que, después de quitarnos de la sanidad pública los laxantes, nos va a hacer reventar un día de estos. Con lo bien que lo recibimos la última vez que estuvo aquí... que se nos caía la baba con la Bruni. Con lo mona que nos parecía la niña, y lo amigo que era de Zapatero, al que ahora tacha de inútil total... Por Dios, si hasta el rey Juan Carlos lo nombró el año pasado Caballero de la Orden del Toisón de Oro. ¿Qué más quiere de nosotros?

Y es que, en su afán por seguir al frente del Eliseo no deja títere con cabeza. Teniendo en cuenta lo que anda haciendo en su círculo, ¿cómo vamos a pretender que se corte con sus vecinos? La última víctima de la voracidad dialéctica del presidente francés ha sido su exmujer y madre de uno de sus hijos, Cécilia Attias, a la que, en una biografía autorizada y en plena campaña de lavado de imagen, califica de «casquivana fría y brutal», y la acusa de ser la causante de que muchos de sus potenciales votantes lo vean como un nuevo rico ya que, por su culpa, celebró su victoria electoral en un yate de 40 metros. El pobre. Ahora en cambio, se presenta como un hombre sencillo, hogareño y modesto, casado con una santa que, de modelo y cantante mundana y glamurosa, se ha transmutado en un ama de casa sencilla y modesta que incluso mantendría a propósito algunos kilitos de más después de tener a su hija para parecerse a esa clase media conservadora cuyos votos son imprescindibles para volver a ganar las elecciones.

Y ahí está, sometiéndose a diario al escrutinio de los suyos. Un hombre castigado por un matrimonio infeliz lastrado por peleas e infidelidades, un hombre sometido a los ataques de una mujer licenciosa, un hombre herido que cometió errores, ¿cómo no cometerlos?, hasta que llegó la redención de manos de su amor verdadero, una mujer de su casa, sencilla y normal. Un hombre, al fin, que ha sabido triunfar allá donde sus vecinos, tantos años gobernados por el enemigo, han fracasado. ¿Cómo no emocionarse? Y todo eso con su charme francés. Ahora bien, si yo si fuera Carla Bruni me andaría con ojo. Dada la tranquilidad con que su marido sacrifica a cualquiera por lograr sus objetivos, nadie puede extrañarle si un día la deja aparcada en la cuneta.