Hemos puesto en el mapa el municipio alemán de Menden porque un funcionario de 65 años y que ha sido «víctima» de los recortes ha reconocido en un email, enviado a todos sus compañeros de trabajo, que no hizo nada en los catorce años que llevaba en su puesto de trabajo. Se jacta de que se va a la jubilación habiendo cobrado 745.000 euros por tocarse las narices mientras estuvo en su puesto de inspector del Estado desde 1998. Toma ya. Más de uno pensará que la diferencia con España es que ninguno de los funcionarios como éste de Menden tiene las agallas de reconocerlo por escrito, aunque haberlos, los hay. Generalizar no es bueno y con esto no digo que toda la casta de funcionarios se pasan el día pensando en las musarañas. Hay quien trabaja, y mucho. Pero también hay quien entra una hora después de la que debería, se toma siete cafés de media hora cada, sale antes a recoger a sus hijos del colegio y para colmo se da de baja por ansiedad y estrés. Pero, como su puesto de trabajo está blindado porque en su día aprobó un examen y fue seleccionado por sus altas notas, pues de su sueldo y el mío nos quitan dinero para pagar nóminas como la de este individuo. Sí, es un tópico como una casa, pero en mayor o menor medida sucede y no tiene remedio; de ahí que el funcionariado «goce» de una fama tan mala. Aunque digan que las comparaciones son odiosas, en una empresa, ese trabajador no hubiera durado ni dos telediarios. Un empleado del sector privado siempre tiene la presión de perder su puesto de trabajo y, seamos sinceros, ese temor contribuye en una parte muy grande a su eficiencia. De ahí que opositar sea una opción que una gran parte de la sociedad contempla para tener su futuro atado: un trabajo para toda una vida. Otro detalle, entre muchos, que hace que los funcionarios no sean vistos como la mejor casta de trabajadores es que a menudo no se sienten involucrados con su «empresa». Rara es la vez que un funcionario se salga de su camino marcado para ayudar a un ciudadano: si no corresponde a su departamento, no es su obligación atender el problema.

La duplicidad de cargos, la mala gestión del personal –departamentos con demasiada gente para poco trabajo y viceversa, pocos empleados para muchas tareas– y el terrible gasto para las arcas del Estado agravan aún más la crisis de España. Sabemos que la «empresa española» está en números rojos, pero la presión de este sector impide hacer los cambios lógicos que se necesitarían para sanear las cuentas. Son los intocables de Rajoy, y de Zapatero, y de Aznar, y de Felipe González... Quizás se debería de renovar la fórmula del funcionariado: facilitar el acceso y también la salida. Quizás, en un tiempo, los que sí trabajan puedan tener la fama que les merece y la sociedad española, el servicio por el que pagan.