Creo que la revisión del Festival de Málaga Cine Español es necesaria. Hoy más que nunca. De hecho, su director, Carmelo Romero, dijo el pasado miércoles en Madrid que «es un momento muy especial para replantearnos qué deben ser los festivales de cine, cuál es su razón de existencia, si es que la tienen... Para qué sirven, cuánto cuestan y cómo se emplea ese dinero». Romero se crece en la ciudad donde vive, distinta a donde tiene su puesto de trabajo, y allí es capaz de dibujar una especie de «solución final» al problema con el que se enfrenta la cita malagueña año tras año: la poca –nula en algunos casos– ayuda que el certamen logra del Ministerio de Cultura, la Junta de Andalucía y la Diputación. La mayor parte del presupuesto del Festival corre a cuenta de las arcas municipales. Y claro, Romero no acepta que las ayudas institucionales, que las hay y muchas, estén tan repartidas: «En España ha habido demasiados festivales», dijo. Y después remató: «Hay muchos sitios donde a penas se distribuyen películas importantes, internacionales y españolas, y sin embargo tienen un festivalito porque el concejal de turno o el alcalde de turno quiere hacerse una foto con no sé quién».

Pero vayamos por partes. Para la primera reflexión, la que apunta sobre qué deben ser los festivales, hay respuestas simples: un festival debe servir para dar a conocer cinematografías, mostrar sus valores culturales, ahondar en su historia, crear público y servir de luz para aquellos que un día deseen hacer del cine su profesión. Para eso sirven, entre otras cosas. ¿Que cuánto cuestan? Pues el de Málaga costó más de 4 millones al Ayuntamiento el pasado año. ¿Cómo se gestionan? El nuestro, desde luego, fatal. Como si de una mini Grecia se tratase, el Consistorio tuvo que salir a su rescate en 2011 con una inyección de 2 millones –que más los 2,3 millones del presupuesto hacen los más de 4 millones a los que me refería–. No creo que Romero pudiera soltar tan inconsciente perorata sobre los festivales en Málaga, donde trabaja y donde sabe cuánto les duele a los malagueños ver cómo el mucho dinero que se destina al certamen que dirige se va en sueldos de un organigrama mal planteado, una apuesta sin mucho éxito y dietas. Es raro que Romero y yo estemos de acuerdo en algo, pero esta vez sí, porque llevo años preguntando cuánto cuesta este Festival y cómo se emplea el dinero que a él se destina. Es normal que nunca haya respondido: si no sabía lo que cobraban sus hombres de confianza, cómo va a contestar a esto otro.

Con un presupuesto superior a 7 millones, el festival de San Sebastián tiene una plantilla de trabajadores fijos igual a la del certamen malagueño. ¿Cómo es posible? Y con el doble de presupuesto, Málaga no es capaz de crear más público en salas que el festival de Gijón. ¿Eso es normal? El Festival de Málaga es primordial para la ciudad, para su economía y para su imagen. Y sería una inconsciencia que una mala gestión lo acabe matando. Tan atroz podría ser su desaparición como horrible es escuchar a su máximo responsable decir a boca llena que sobran festivales en España. Solo los incompetentes desean la muerte de la competencia y una solución por eliminación.