Cuando se tienen hijos existe una alta probabilidad de que algún día aparezcan inesperadamente en nuestras casas con parejas preparadas y dispuestas a depararnos alegrías y preocupaciones en el futuro, en el mismo sentido que años atrás hicimos con nuestros padres y suegros. De hecho, en la mayoría de los casos para los que somos padres, nuestros futuros yernos y nueras ya deben estar por ahí sin que seguramente sepamos quiénes van a ser.

Probablemente Sus Majestades los Reyes pensaron esto mismo hace años, constatando con el paso del tiempo que no parece que hayan acertado plenamente sus hijas en la elección de pareja. Es curioso que, contra los pronósticos iniciales, su hijo el Príncipe heredero, se ha casado con una persona que, por ahora, se está manteniendo correctamente en el plano institucional que le corresponde, y con discreción.

Con la imputación de Iñaki Urdangarin, al que se le acusa de graves delitos, la separación de la infanta Elena y Jaime de Marichalar, ahora se suma la temeridad de éste al permitir a su hijo de 13 años portar un arma de fuego que le ha producido heridas y un gran susto a la familia, además de otro mal ejemplo para la opinión pública.

Está claro que ni la Familia Real se libra de los problemas cotidianos de los mortales, y eso los hace más cercanos e iguales, y debemos ver estas cuestiones con naturalidad pero exigiendo firmeza y que reciban el mismo trato que cualquier ciudadano ante situaciones similares. El Título II de la Constitución Española de 1978 regula entre los artículos 56 al 65 el papel de la Corona, y no tiene previsto, obviamente, la forma de resolver este tipo de conflictos en la Familia Real, y por ello, una vez más podemos constatar que disponemos de un monarca que está a la altura de las circunstancias y un Príncipe heredero que, aunque lo va a tener muy difícil, está cumpliendo debidamente con sus obligaciones.