Ahora en la barra de los bares, en lugar de preguntar si estudias o trabajas, el espectro de preguntas y respuestas se ha abierto a un abanico de numerosas posibilidades de malabaristas de la vida. Los hay que trabajan como antes; los que estudian pero antes trabajaban y buscan reinventarse; los que estudian y trabajan; los que no trabajan porque están en paro –que no parados sin cesar de buscar ocupación–; los que no tienen trabajo y cobran el subsidio de desempleo pero trabajan en sus cosillas; el que tiene sueldo de una subvención pero no trabaja; los que ni trabajan ni estudian ni cobran ningún tipo de ayuda y los que los malabares lo hacen con su paro para montar un negocio.

Las reglas del juego tienen tantos vericuetos que a lo peor resulta que es mejor no trabajar y que te echen, cobrar algunas decenas de miles de euros, algo de paro durante dos años, irte al extranjero y buscar alternativas y reinventarse, esa palabra talismán que ahora le sirve a cualquiera para soñar ser lo que nunca se atrevió.

A veces es mejor eso, no remar; es una frivolidad, y creo que así es, pero eso es más fácil que quedarse intentando sacar adelante la empresa de tu padre o el negocio del que te contrató. Total, lleva dos meses sin pagarte.

¿Son las ratas las que abandonan el barco? Total, cada uno a lo suyo ¿no? ¿Quién tiene autoridad moral para exigir?

Écheme por favor, que para hacer malabares en este circo ya me quedo yo aquí en mi paso de cebra con mis mazas y mi monociclo, me lo monto por mi cuenta, mucho mejor que ingeniero en el Parque Tecnológico y además en negro, que está bien visto en las sobremesas y es lo que farda.

Que empiece el espectáculo.