Crecí corriendo de una calle a otra, escondiéndome con otros veinte chavales más para que la pareja de turno no nos encontrara en algún rincón del pueblo (Benalmádena) en un juego que llamábamos «Perdío». A principios de los ochenta, las casas estaban abiertas de par en par, daba gusto oler a guiso casero. No había mil canales en la televisión, sino sólo dos (La 1 y La 2). Tampoco había ordenador, juegos de play station ni teléfonos móviles. Y, mucho menos, whatsapp. Era otra generación.

Nos divertíamos en la calle, jugando a las canicas, al trompo, a las chapas, al pilla-pilla o al escondite, los más brutos al «sota, caballo y rey», a hacer pompas de jabón, coleccionar gusanos de seda (íbamos a las afueras del pueblo a coger hojas de morera) y a jugar al fútbol, en esos partidos interminables en La Loma, un campo con una pendiente en la que ni Miguel Indurain en sus mejores tiempos se atrevería a subir y donde los de abajo debíamos hacer un esfuerzo ímprobo para recuperar el balón. También recuerdo con cariño cuando jugábamos al fútbol en la calle Luna, donde estaba la cárcel, con una rejilla por la que veías al preso si la pelota caía cerca de ahí. ¡Menudo respeto imponía el momento de recuperar el balón! Entonces (no sé ahora), la amistad entre niños/as era muy sana, disfrutábamos mucho a pesar de que nuestros padres no tenían mucho dinero.

Le echábamos mucha imaginación a la vida para pasárnoslo genial. Le teníamos mucho respeto a los mayores. Las dos horas de digestión antes de bañarte en la playa se hacían interminables, pero la acatábamos. Disfrutábamos a tope con lo que teníamos, mientras los padres nos recordaban que tenían mucho menos (y con mucha razón). Y ahora se habla de crisis económica mientras nuestros hijos tienen de todo. Podríamos, incluso, montar una tienda de juguetes de tantos que tienen. Muchos de los niños de hoy en día no saben a qué jugar o cogen un juguete o juego y a la media hora ya están aburridos y lo sueltan. Desconozco si tendríamos tanta «tontería» como hay en la infancia-adolescencia actual si contáramos con tantos recursos y tecnologías. Pero sí sé que con pocos medios éramos muy felices. Y teníamos más imaginación que ahora para pasarlo bien. Más respeto a los mayores. Incluso veíamos el futuro con más optimismo pese a las escasez de medios.