Uno de los peores efectos de la crisis es que nos inocula una sensación de vuelta atrás, que choca contra nuestro impulso de progreso. El volver a una casilla anterior, como cuando sucede en el juego de la oca, nos hace dudar hasta del sentido del tiempo, sumergiéndonos en un líquido espeso y pegajoso, en el que parece que nada se mueve y tememos acabar embalsamados. Estaba escribiendo ayer lo anterior, cuando veo en un periódico la foto de Obama sentado en el autobús público del Museo Ford en el que en 1955 Rosa Parks se negó a levantarse de su asiento para cedérselo a un blanco, tras lo que fue encarcelada, desatando una gran oleada de protestas en Alabama. Entonces todo empieza a moverse de nuevo, la idea de progreso se reactiva en mi cabeza, y, aunque la razón pesimista intente convencerme de que son sólo señuelos para incautos, cuerpo y mente están pensados para ir tras ellos.