Cuando a alguien le toca la lotería, parece súbitamente dotado de una inteligencia superior. Por desgracia, los hechos se encargan de disipar esta ilusión. Tras la victoria del 20-N, Rajoy se vio envuelto de un fulgor especial. Durante un par de meses, el PP aumentaba incluso su cuota de apoyos, espoleado por la inercia triunfal. La resaca empezó en las costas andaluzas, donde los electores se comportaron como si votaran en urnas de doble fondo. Han desaparecido los elogios, la frialdad del presidente se interpreta ya como parálisis. Se propaga la paradoja de que nadie ganaría hoy unas elecciones generales.

Rajoy es tan lento que puede distinguir el avance del minutero de un reloj. Si la Corona ha de incorporar al elefante como animal totémico, el emblema del Gobierno es el ñu, tan característico de los documentales de La 2. España ofrece la imagen global de un herbívoro desfalleciente, que se está descolgando de la manada. Los grandes felinos acechan para atrapar y descuartizar a su presa, ante la indiferencia de los compañeros de etapa. Los zarpazos de los mercados empeoran por la sal que la prensa internacional derrama en las heridas abiertas. El ejecutivo debería exigir una tregua, un apagón informativo hasta que reflote al país.

Rajoy ha de leer el nombre de «Repsol YPF» en un papel para no desorientarse, Cristina Fernández ha memorizado al menos el rol de Evita. La inseguridad del presidente se traslada a la imagen de su país, sometido a un acoso del ciclo informativo de 24 horas que empeora al asedio mercantil. Las Bolsas cierran caritativamente por la noche. España no podía soñar con ocupar durante dos días consecutivos la noticia prominente de la portada del Wall Street Journal de Murdoch y Aznar, al grito de «fracasa» o «se desinfla». El New York Times tenía la delicadeza de reducir la situación a una «alerta» que ponía en peligro al conjunto de Europa.

Durante largas décadas de aislamiento como apéndice europeo, se escrutaba la prensa extranjera en busca de una mención a España, aunque fuera elogiosa. Las grandes cabeceras se hojean hoy con manos temblorosas, desde la aprensión de que en cada primera página aparecerá una reprimenda descreída o, peor, un rasgo de compasión alentado por el discurso en el que Rajoy mendiga «unos pocos euros». No hay un solo medio internacional que no haya ensayado todas las variantes de «España vuelve a inquietar a Europa». La prensa británica y norteamericana se solazan con las desventuras europeas, pero el ñu español aporta una presa demasiado fácil.

Durante un tiempo, el ñu italiano compartía la retaguardia de la manada con su colega español. Gigantes de la talla del Financial Times tienen la gentileza de desacreditar a Rajoy sin necesidad de encarecer a Mario Monti, en un retrato al ácido de sus primeros cien día. Rajoy jamás reaccionará con la virulencia de Sarkozy o Berlusconi, que se enfrentaron sin rubor contra la cabecera salmón que se atrevió a censurarlos. Italia no ha mejorado de salud, pero ha recompuesto su imagen exterior mientras crece el descrédito interno de sus partidos –sólo un dos por ciento de confianza popular, en el último sondeo del Corriere della Sera–.

Debido a la mengua de visibilidad asociada con la edad, el Rey sólo puede cazar animales de gran tamaño. En cuanto apareció el elefante, el ñu pasó a un segundo plano. El aplastamiento tuvo lugar en el interior. Se relegó temporalmente la crisis, porque la población gozó del placer sin precedentes de perdonar a un rey. En el exterior, cabeceras sensacionales como el Bild se centraban en las amigas de Juan Carlos de Borbón. Sin embargo, el semanario Der Spiegel perseguía desde la misma Alemania al bóvido debilitado. Una escalofriante crónica de la visita a Ana Botella en la alcaldía de Madrid describía la magnificencia de su despacho, y retrataba al mayordomo encargado de servir el té a la alcaldesa. De este modo, los contribuyentes germanos aprendían qué gastos imprescindibles debían sufragar con sus planes de rescate.

La prensa efectúa tantas predicciones que a menudo parece premonitoria. El elefante y el ñu se fundieron en la revista Time, que publicó su informe «El doloroso reinado de Don Juan Carlos» un día antes de que el monarca se fracturara la cadera en Botsuana. Se habla tanto de España, que a la fuerza iban a acertar.